Estos días estamos viendo a los fascistas por nuestros
pueblos. Sus risotadas, provocaciones y falacias pudren el aire impunemente.
Y no puedo dejar de pensar en nuestros viejos. En esos
hombres y mujeres, hijos, hermanas, nietos de aquellos que fueron asesinados.
Pienso en sus tragedias, en sus infancias destrozadas, en
su empeño por no olvidar la barbarie de la que fueron víctimas. En las flores
dejadas en las cunetas, en las marcas de disparos en las tapias de los
cementerios, en las cabezas rapadas, en los campos de concentración, en el
hambre y en la sarna que dejaron sus vidas marcadas.
Décadas después estamos como al principio, de nuevo las
bestias, con sus discursos tan pueriles como peligrosos, vienen a nuestras
casas, aún dolidas y sin justicia, para quedarse mucho tiempo.
Y me avergüenza esta patria de asesinos con medallas y con
estatuas.
Me avergüenza esta democracia que nunca se puso en práctica
y que hoy permite que de nuevo patrullen las calles infrahumanos capaces sólo
de violencia.
Y no puedo mirar a los ojos a nuestros viejos porque
morirán sin justicia y lo que es peor irán muriendo mientras se apuntalan los
cimientos de un nuevo fascismo avalado en las urnas.
Ojalá puedan perdonarnos. Los verdugos se abren paso y
somos cada vez menos a este lado de la trinchera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario