Hay mucho ruido, demasiado ruido. Las voces broncas, los
insultos desquiciados, los gestos iracundos de quienes no aceptarán nunca que España
también sueñe sueños alejados de su patria grande y poco libre.
El ruido es molesto y revienta tímpanos, el ruido es
también ruido de sables.
Los oligarcas tiemblan, los curas esconden bajo sus sotanas
las escrituras de las propiedades adquiridas de manera poco honesta, el
ejército empieza a mover hilos, a mirar los mapas y a los enemigos, a sacar
brillo a sus odios atávicos.
Los medios de comunicación obedecen órdenes; disciplinados
y atentos escriben al dictado lo que no sucede, lo que no se dice, lo que no
agrede y obvia mansamente las agresiones más graves, las detenciones más arbitrarias,
las injusticias más flagrantes.
Las ideas más antiguas y asesinas son engrasadas en el
parlamento con la mirada tierna de quienes dicen que es tolerancia reírles las
gracias.
Esta es nuestra España hoy.
Pero en realidad lo que sucede es lo de siempre: peligran
los intereses mezquinos de quienes perpetúan la explotación, de quienes viven a
costa del empobrecimiento ajeno, de quienes no se avergüenzan de bajar los pulgares
a la clase obrera.
En la sombra, son los que gobiernan a espaldas de la
democracia.
Esta es nuestra España; un trozo del mundo similar a otros
trozos. Con presos políticos y leyes mordazas, con salarios de mierda y colas
de hambre, con golpizas a maricones y violaciones en manada.
Un trozo de mundo similar a otros trozos que hoy sueñan y se
empeñan en hacerlo más justo.
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