La isla de Lesbos es un sudario.
Los niños transpiran su muerte, tosen por millares y acunan
las noches donde nadie duerme. Hay una polifonía de carraspeos agonizantes, de
estertores infantiles que nombran a la fiebre y sus temblores. Allí no parpadea
ni una estrella ni una madre.
En Moria no hay quien viva.
En Moria nadie canta baladas, Nina Simone calla detrás de
las letrinas. No encuentra acordes ni tristeza que describan el lodo y la orina
por los que discurre la vida.
El hedor insoportable de la insolidaridad paraliza todas
las cuerdas vocales.
Por eso en Moria nadie canta. Es imposible la canción en el
infierno. Los ángeles son mudos y reptan por la mugre para pedir un trozo de
pan sin llorar de impotencia.
Tienen nombres, edad, familias. Tienen memoria para no
olvidar que la Humanidad perdió definitivamente los papeles.
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