En estas nuevas elecciones el espectáculo no puede ser más
tragicómico, más mediocre, más dirigido a la víscera.
El sentido común y la razón apenas aparecen, salvo raras
excepciones triunfa la casquería.
Es lo normal en una democracia que nació ya deformada.
Es lo normal en una democracia que tiene presos políticos,
no sólo los catalanes que son de ahora mismo, desde mucho antes se empeñaron en
arrancar la voz a los que molestaban.
Es lo normal en una democracia que persigue la libertad de
expresión y la multa o encarcela.
Es lo normal en una democracia con unas fuerzas armadas que
poco o nada saben de derechos humanos.
Es lo normal en una democracia con una judicatura que se
pasa por el forro la justicia y hace lo que le viene en gana. Pongamos el caso
de Altsasu, Bateragune o el de La manada.
Todo es normal en esta democracia. Hasta la monarquía es
normal. Hasta la intromisión en las escuelas de la iglesia. Hasta la corrupción.
Hasta la impunidad de los torturadores. Hasta el empobrecimiento en caída libre
de la clase obrera.
Y como todo es normal en esta democracia nos llaman a
acudir el domingo con la mejor de sus sonrisas, con la mejor de sus mentiras.
Por todo esto y más comprendo el hartazgo de los que se
abstienen, muchos de ellos a pie de tajo combaten contra este sistema que nos depreda,
pero no participan de la farsa democrática, saben que sólo en la calle, sólo
con el pueblo alzado con toda su rabia, sólo con sus puños y sus verdades
erigidas como auténticas banderas se hará claudicar el imperio de la falsa
democracia.
A pesar de todo yo iré a votar, introduciré mi voto en la
urna y me acordaré todo el tiempo de los que nadie habla estos días porque
están en el exilio en la trena.