No puedo evitar pensar que hasta el momento no hemos
conseguido ni siquiera un poquito de justicia para nuestros viejos.
Van muriendo como si nada.
Década tras década, sepultura tras sepultura. Puñados de
desprecio sobre vuestra memoria.
Y caminamos por las calles, ausentes, desenfadados,
rebeldes, cansados y a nuestro lado un anciano arrastra su bastón o desea hablarnos en la cola del
supermercado o lo vemos leyendo el
periódico en un parque o de la mano de sus biznietos y no detenemos el
paso para explicarles qué hicimos con
sus ideas después de ser tiroteadas, qué fue de su lucha al hacerla
nuestra o por qué aún no conocemos una democracia de veras.
Es triste saber que se mueren sin abrazar la bandera por la
que perdieron la libertad y la vida.
Nuestro presente es otra condena en el umbral de su agonía.
Tanta política del escarmiento.
Tanta cabeza rapada, tanto paredón y delaciones.
Tanto exilio y cárcel y cruz.
Tanta muerte desabrochada.
Tanto daño a un pueblo que amaneció soñando y se acostó envuelto
en un sudario para comprobar que hoy hemos traicionado su legado.
Y van muriendo gota a gota.
Y siempre son
nuestras las derrotas.
Los fascistas ganan por las balas o por las urnas
y nuestros viejos se mueren
nombre a nombre.
Sin una sola victoria.
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