martes, 17 de octubre de 2017
Ishala
Cuando un palestino planta un olivo está haciendo crecer sus propias raíces.
Está haciendo futuro porque piensa en el fruto que dará a generaciones posteriores, piensa en la mirada de los niños que crecerán contemplando sus hojas perennes décadas después, piensa en la belleza de la existencia
Piensa en el ayer pero también en el ahora y en el mañana.
El olivo, es, pues, no sólo un modo de subsistencia para ellos es también símbolo de resistencia, porque en situaciones adversas, en pedregales donde apenas puede imaginarse algo de vida, el olivo emerge frondoso y arrogante. Como sus vidas.
Cuando el ejército israelí o los colonos invaden la casa de un campesino palestino para arrancarle, destrozarle o impedirle recoger las aceitunas lo hace porque es eso precisamente lo que desea hacer con cada familia: impedirle la posibilidad de estar unido a su tierra, arrancarle de sus orígenes y que no tenga a donde volver, quiere hacerle daño donde más duele, quiere en definitiva negarle un porvenir. Y que se rindan ante la barbarie de tanta humillación.
Es en este mes de octubre cuando en Cisjordania empieza la recolección. Dura apenas unos días, el tiempo que el opresor autoriza, dos, tres...
Necesitan permiso en su tierra, como si el campesino no fuera el dueño de ella, como si no sirviera de nada haber estado allí desde siempre.
Las bestias pueden aparecer en cualquier momento a robarles lo recolectado, a romper los olivos, a tirarles piedras, a tirotearles a las piernas.
El odio es un animal desatado en Palestina. Sólo la presencia internacional ata en corto su hocico y sus pezuñas.
Con nosotros aquí parece que se atreven menos, están al acecho pero no atacan, merodean no muy lejos.
Hoy les hemos vencido.
Mi casa ya no es mi casa.
Sabedlo.
Sabed que la tierra está sembrada de cráneos,
que arrancaron de cuajo las colinas,
que sepultaron el paisaje.
Sabed que mi casa fue humillada, saqueada,
que mis hijos llenaron de odio sus bolsillos,
que el hambre baila por todas las esquinas.
Sabed que la barbarie robó nuestros olivos,
que los invasores tienen nombre y apellidos.
Sabed que pusieron precio a las ruinas
y que las cadenas no nolestan con su ruido.
Sabed esto, debeis conocerlo.
Convirtieron las rosas en cerrados puños,
acallaron las plegarias,
nos pasaron a cuchillo.
Debeis saberlo:
Vinieron a mi casa dejando sólo
sangre en los caminos.
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