Los colonos de Israel creen que la tierra, toda, es de ellos.
Afirman tener derecho a quitársela a quien se ponga por delante.
Estos Herodes contemporáneos reinventan cada día el fascismo, tienen en la mira a todo un pueblo que resiste a duras penas sus embestidas.
Situados sus asentamientos en posiciones privilegiadas, armados hasta los dientes vigilan que nadie se mueva .
Creen que los que habitan aquí desde antiguo no merecen la vida.
Cuando llega el momento de la cacería se les ve correr colina abajo para atacar a los campesinos que trabajan en los olivares.
El miedo entonces les atraviesa, no saben qué ocurrirá, quizá con unas piedras les baste para saciar su hambre de violencia, quizá con soltar a los perros les baste, quizá con quemar los olivos, quizá con robarles las aceitunas, quizá un disparo o dos, quizá el ejercito se sume a la barbarie.
Están acorralados, viven acorralados.
La paz duerme muy lejos.
Esta monstruosidad se multiplica cada día con la excusa de su dios macabro.
Yo no sé si un día la historia esconderá la evidencia de esta verdad ninguneada, no lo sé.
Lo que si sé es que nada hay de humanidad en esos cerebros judíos.
Y que no nos vengan con cuentos, la complicidad de casi todos los gobiernos deja impune el delirio genocida del sionismo.
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