Aún chirrían
demasiadas cosas, pero los muertos de las Ramblas son los que son.
Y la ausencia es la que es.
Ausencia de furia en las calles.
Ausencia de preguntas, que como tambores incesantes,
retumben en los oídos de quienes patrocinan, instigan, planean todos estos cadáveres.
Tiempo de ausencias.
Las semanas pasarán, el dolor quedará impregnado en aquellos
que vivieron de primera mano el espanto y nosotros, el pueblo manso, seguiremos
hasta la siguiente atrocidad y hasta la siguiente.
Tiempo de ausencias.
Me pregunto dónde se perdió nuestra rabia, en què caminos
extraños quedó dormida o en què momento preciso fue narcotizada a base de
mentiras y confusión.
Me pregunto què fue de nosotros, de los emputecidos,
tiroteados, atropellados, hambreados, què fue de nuestros labios.
Què fue de las palabras, de los gestos.
Què fue de la sangre derramada.
Què fue de la memoria.
Del puño, de los dientes apretados.
Ausencia. Tiempo de ausencias.
Pueden ir a peor las cosas, pueden engañarnos más, pueden
asesinarnos más, pueden reprimirnos más, asfixiarnos más.
Tiempo de ausencias.
Vacíos de rabia los pueblos claudican ante la barbarie que ya es
demasiado cotidiana.
Así mismo es, Silvia. Y mejor dicho que en ese poema, imposible.
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