No puedo escribir
a espaldas de la vida, como si este oficio fuera ocultar distraídamente los ríos de sangre, los
manantiales de sueños, las memorias sepultadas, los ejércitos de paz que
pisotean crimen tras crimen.
En estos tiempos de muertes evitables urge declararse en
rebeldía. Urge desenvainar la
palabra para clavarla en la yugular de
la barbarie. No es bastante con lamentarnos del mundo en el que vivimos, debemos
tomar partido y disparar ráfagas de protesta contra todas las formas de
indiferencia.
No soy una poeta pesimista ni apocalíptica soy capaz de reír
y de cantar. Aun puedo contar estrellas y caminar sin ritmo ni destino por los
sueños o por los libros.
Pero ser estúpidamente optimista no me impide ver el futuro
como un lugar uniforme, con menos aire y menos semillas, con menos lenguas, más
látigos y más depredadores.
El mundo que seguramente viene pariéndose desde que el
capitalismo se hizo dueño y señor de casi toda la tierra es un lugar en
penumbra con la sola luz de las monedas, donde nada vale o todo tiene un
precio, desde el tiempo hasta los partos, desde los úteros hasta los sudarios,
desde los frutos hasta los panes y los peces.
Todo tiene un precio ahora mismo y todo tendrá su valor
en el mañana.
Cada cuatro años
elegimos quienes podrán distribuir nuestras pobrezas. Las urnas son la excusa para legitimar la
violencia.
Las guerras que se
inventan son los salvoconductos de los
codiciosos para ordeñar las patrias
ajenas hasta dejarlas resecas.
En Argentina, en Grecia, en Siria, en el Estado español.
En África, en Asia, da igual.
El imperio de la codicia triunfa y no importan las
muertes ni los bombardeos, no importan los desiertos que crecen, ni los
diluvios, ni los bosques que desparecen.
Mueren los pájaros y los nómadas.
Mueren los mares y la lluvia y los glaciares.
Y el suelo se mueve y se mueven los pueblos
desesperadamente.
Y todos reconocemos la farsa de las democracias pero aún así,
esperamos que con nuestro voto los siguientes años, cambiarán las cosas:
abrirán las cárceles, se congelarán las bombas, se multiplicaran las casas.
Decidimos ignorar que no somos libres, que andamos vigilados,
que peligran las voces, que vivimos hermanados con todos los pueblos porque a
todos nos crucifican con los mismos métodos, con las mismas mentiras, con los
mismos espejismos.
Mansos hijos de la barbarie.
Y comprendo el optimismo que impera hoy día. Es necesario,
a veces, convencerse de que será posible, con el mínimo esfuerzo, torcer el
tobillo al destino amargo y letal del capitalismo.
No cambiará nada con los votos. Nada.
Es parte del juego, de la trampa, dejarnos votar,
hacernos responsables.
Pero no saldremos de las arenas movedizas si para salir
de ellas creemos que las opciones políticas tirarán de nuestros brazos hasta salvarnos.
Ni en EH, ni en Chile, ni en Irlanda, Ni en Túnez.
Las elecciones son maniobras de distracción donde,
mientras vivimos la ilusión de cambiarlo todo, las oligarquías continúan con su
delirante expolio.
Y nada les importa. Nada.
Nada temen.
Lo quieren todo: los brazos, los bosques, las banderas.
Pagan con sangre ajena.
Por todo esto yo no creo en la libertad de las democracias
que padecemos. No creo que las elecciones sean transparentes, sin mácula.
Los medios de comunicación, las encuestas, los debates
televisados se encargan de dirigir lo pensamientos, de acomodarlos pa que todo
sea màs de lo mismo.
Y si aún así los resultados
no convencen, pues se ilegalizan partidos o se encarcela a los que desafían
esta gran farsa. La banca siempre gana.
Por esto me planto.
Aquí me quedo,
nos vemos en las calles
entre el verso y el pan
entre el pan y la tierra,
entre la tierra y la vida.
No cuenten conmigo,
para ir a las
urnas.
No cuenten conmigo para pagar a escote
a tanto ladrón del cielo,
del suelo
de la paz
y de las patrias.
Sopela,
9 de diciembre 2015
Yo, una vez más, acudiré a votar. Y lo haré a pesar de suscribir todo lo que has dicho. Yo y mis incoherencias.
ResponderEliminarBesos.
Bonita exposición... pero mala conclusión. Y es que es igual de bobo el que pretende cambiar el mundo solo con ir a votar, como el que cree que es mejor no hacerlo.
ResponderEliminarLas urnas son solo un frente de una guerra que tiene muchos más abiertos... pero yo no pienso dejar ni una batalla al azar.
Me da muchísima pena ver cómo gente con la que comparto una visión del mundo, gente con la que estoy completamente de acuerdo sobre cual es el mal que aqueja a este mundo y sobre cual es la dirección correcta... decide no votar.
Porque amigos míos... el capitalismo sí que irá a votar, los caciques si que irán a votar, y el empresario que explota también se pasará por los colegios electorales, y todos esos a los que engañaron los medios de desinformación.
La pseudodemocracia que padecemos no es escusa para dejar de votar; debería ser el motivo para ir. Igual que a las manifestaciones, a las concentraciones y a los eventos. ¿Qué va a ser de nosotros si la gente con sentido común deja de votar, y con ello de luchar una battalla vital en la "Gran guerra"? Te lo digo yo; que entonces mereceremos la mierda de mundo que tenemos. Ojalá no abandones la lucha.
Un abrazo y una lágrima.