No sabemos qué es eso, pero bien sabemos qué es clase media
y damos codazos pa que nos hagan un sitio en ese espacio amorfo donde todos se
endeudan, curran como esclavos y ríen cuando les toca pagar los plazos.
Estamos ciegos, selectivamente ciegos.
Pero hay camareras, tenderos, trabajadoras domésticas.
Hay repartidores de propaganda, barrenderos, vendedores
ambulantes.
Subcontratados, comerciales, modistas, autónomos.
Administrativos, campesinos, teleoperadores.
Seres humanos que trabajan a destajo por unas monedas que
nunca alcanzan. Como animales de carga, como bestias.
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Ya ni el que curra de sol a sol sale de la pobreza, continúa
anclado en ella. Ahogándose en ella, muriéndose en ella.
Y esa cantidad inmensa de supervivientes invisibles, errantes, merecen dignidad y decencia.
Merecen que les cuenten la verdad.
No la verdad ce los ilustrados.
No la verdad de los mesías.
No la verdad de las promesas.
Merecen que se les mire a la cara para decirles: vienen a
por vosotros, a por vuestra mano de obra barata, a por vuestros hijos andrajosos,
vienen a por vuestros enfermos, vienen a quitaros: el pan, el techo, la salud,
el salario, los libros.
Están decididos a ponernos de rodillas, decididos a
humillarnos, a encarcelarnos, a encadenarnos.
Vienen a por nosotros porque estamos desarmados.
Porque vivimos la
precariedad de puertas pa dentro, porque sufrimos la enfermedad de puertas pa
dentro, porque apenas somos capaces de juntarnos de dos en dos pa decir, ¡es
hora de unir nuestras fuerzas!
Abramos de una jodida vez los ojos, sintamos el aliento de los
condenados.
Tapémonos los oídos.
Cada uno los
emputecidos de la tierra es portador de un trozo del mapa que nos llevará a Ítaca.
Juntémoslos todos.
Andemos el camino.
Mientras no lo hacemos el fascismo avanza y masacra.
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