El torturador
multiplica dolor y a manos llenas
esparce gritos sobre la celda.
En su salario no sólo pan,
también picana y bañera.
En su curriculum
cadáveres flotando,
cadáveres abrasados,
cadáveres perdidos.
El torturador se duele
del precio de la vida
pero en su horario,
quizá de 9 a 5,
cobra con golpes y saña
su hastío.
El torturador,
es un amable vecino,
un tipo respetable ante sus hijos,
un gentil, un donjuán,
un sensible llorón
pero cuando frente a frente,
se queda a solas con su odio
la impunidad es la herramienta
y aplica minucioso
todos los tormentos hasta que
el corazón no puede más y se atrinchera
en la inconsciencia.
El torturador, después, con las manos limpias,
va a misa, a jugar al
dominó,
o a un concierto de canción protesta.
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