Viñeta de Kalvellido
Es bastante frecuente ver la brutalidad como un hecho
aislado. Producto de la ira o de la
intolerancia o de la ignorancia.
Alguien que degüella un perro, alguien que guarda a sus
hijos en un congelador, un grupo que viola a una niña, un padre que quema con
un cigarro a su bebé…
Vemos a estos seres como
algo extraordinario, fuera de lo común, para comprenderlos afirmamos que están enfermos,
que son locos.
Lo terrible de esto es que no recordamos que la brutalidad
ha llenado todas las páginas de la historia, de monstruos en serie, contados a millares.
La historia está llena de brutos por oficio. De funcionarios
de la brutalidad.
Basta con mirar un poco hacia atrás y recordar los campos de
exterminio, los cuerpos lanzados desde aviones, las masacres en pueblos o en
campos de futbol.
Basta con observar un poco la realidad para darse cuenta de
que la brutalidad vive agazapada en todas las sociedades, que detrás de los
brutos de oficio siempre hay una sociedad cobarde que calla y otorga, que calla
y comprende, que calla y regala el don de infringir dolor a quien se ponga
delante.
Y esto es lo preocupante, que no hemos aprendido de los
horrores pasados.
Que a pesar de estar advertidos, puede volver a repetirse el
disparo en la espalda, la cámara de gas, las fosas comunes.
El fascismo crece, la brutalidad que lo alimenta crece, los
silenciosos hacen la vista gorda porque a ellos, no les toca.
Y unos pocos, los menos, se estremecen porque que la
impunidad abrirá de nuevo las puertas de la barbarie.
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