Viñeta de Kalvellido
Estos días me siento muy confusa.
Los mandamases nos empujan al sacrificio, lentamente y
con alevosía.En pelotas, hacia el abismo.
Las cifras son de escalofrío, los hambreados aumentan, los parias ahora se cuentan por familias completas.
Y es una constante apelar a la solidaridad entre los empobrecidos, compartir los mendrugos, las lágrimas, los suicidios.
Hacer juntos cola por un trabajo precario, sin codazos, sin arrancarnos la piel, ordenadamente.
Esto ya huele a podrido.
Porque tanto repetir esta palabra me aturde, me narcotiza, me obliga a pensar que no importa lo que nos hagan si estamos juntitos, bien apretados, dándonos la mano.
Y así, creo, quizá equivocadamente, que la justicia puede continuar aletargada por los siglos de los siglos.
Pienso y que me disculpen los biempensantes que necesitamos solidaridad, mucha, toda, a raudales, pero sobre todo necesitamos reconocer el lugar que ahora mismo ocupamos.
Y esta solidaridad que emerge beatífica, santurrona, para recoger comida, esta solidaridad triste de apadrinar, de salvar, de convertir, de calmar la culpa de quien algo tiene, esta solidaridad mendicante, definitivamente, sobra.
Nos congela.
No es limosna lo que hace falta. Lo que necesitamos es conciencia.
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