Dicen que la crisis pasará, que todo es cíclico en la
vida.
Eso es fácil decirlo cuando tienes tiempo y puedes
dejarlo caer pausadamente.Pero yo no lo tengo, yo no veré el mundo como lo hemos imaginado en las eternas horas de tortura y de cárcel, mientras la picana y los golpes.
Me pregunto de qué sirvió tanto desgarro. Tantos compañeros fusilados, tantos empobrecidos, atravesando, fugitivos las fronteras, llevando a rastras la voz de los vencidos, la voz de los que fueron fieles hasta la victoria de la traición y la felonía.
A veces la memoria me clava en el corazón esa rabia joven, y salgo a la calle a gritar como un demente.
Es un pobre loco, piensan, dicen, murmuran, olvidan.
Es un pobre loco, un viejo loco, un loco de atar, un loco más.
Y me uno a otros locos errantes, no tan viejos ni tan dementes y escupo a los hijos de los hijos de aquellos asesinos que partieron este pueblo por la mitad.
Les exijo que me miren a los ojos, que miren las cicatrices, que vean mi miseria hasta que les duela.
Pero no, ellos son como los de entonces.
Cuerdos que afirman que la crisis es cíclica, que pasará, como pasa el invierno, como pasó de largo la democracia y la memoria y la justicia.
Cuerdos que nos imponen el espejismo de que todo volverá a su sitio.
Es decir, para ellos el pan, pa nosotros la violencia a destajo y los harapos.
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