Esta es la democracia, de los que firmaron el armisticio
sin memoria, de los que no hablaron en nombre de los sin nombre.
Esta es la democracia de los que aceptaron de rodillas las condiciones
impuestas por quienes devastaron un país que renacía.
No es la democracia de los que tuvieron que esconderse para poder subsistir en mitad de la felonía.*
Cada pueblo mira
el ayer y se desangra, cada pueblo tiene ojos en la espalda.
Cada pueblo se convierte en pueblo a la deriva si olvida las
vidas que fueron empujadas al horror de una muerte vengativa y gratuita.
De esto
habla el libro de Rafael Calero.De cómo es urgente seguir el rastro dejado por el espanto para que no se apuntale más impunidad, para que no mueran más veces nuestros muertos.
Este libro señala el pus que se amontona bajo cicatrices cerradas a golpe de transiciones cobardes.
El autor mete el puño en esas llagas. Y lo saca lleno de
llanto, sangre, fuego y palabras.
No todos los libros son necesarios.
Sì son necesarios aquellos que desatan la afonía, que arrancan de cuajo
la mordaza de esta democracia hipócrita que ahogó el recuerdo de miles de seres humanos que fueron pasados a cuchillo, tiroteados en los
cementerios, semienterrados en las cunetas con el brazo izquierdo fuera. Este libro es de esos pocos que sobreviven a la hoguera, que no se convierte en polvo, en ceniza, en nada.
Se queda incrustado donde la memoria cerró los ojos resecos y allí permanecerá hasta que los abra y pueda llorar al fin, todas sus lágrimas.
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