Cada día son más los que sienten que está la vida en riesgo.
Amontonados, retienen aire en los pulmones para recibir los golpes.
Resisten con rabia las heridas, las detenciones, los castigos vulgares de quienes se creen impunes.
La furia rejuvenece alrededor de los harapos, de los desahucios, de la precariedad que cada día nos asfixia.
Y los aprendices de caudillo, tan audaces y tan imbéciles escupen amenazas, pudren los derechos, adulteran la decencia con sus propuestas criminales.
Maquillados de preocupación y tolerancia dan rienda suelta a las jaurías, ordenan el disparo a bocajarro y dicen que fue el azar el que acertó en la diana, llenan de sospechosos sus listas negras, detienen, encarcelan, acosan a los desobedientes.
Pero cuando ya no hay que perder y todo está por recuperar, el miedo pasa de largo.
Por eso cada día vemos en las calles más muestras de coraje.
De carbón, de arados, de pupitres.
De vejez, de salud, de fronteras.
De manos vacías, de mesas sin pan, de conciencias limpias.
Por eso yo sé que llegará el momento de poner claras las cuentas, de agarrar por los cojones a esa élite que nos estafa y mata, llegará ese día, lo sé por los rostros gastados de los que se atrincheran pese a los látigos, lo sé por los que están de pie y no clavan en el llanto sus rodillas, lo sé por los que no claudican ni en la mina, ni en el campo, ni en las universidades.
Lo sé por ellos y por los que pronto, quizá mañana, se sumarán para detener de una vez esta democracia paradójica que impone por la fuerza de sus leyes y de sus terrores un nuevo orden.
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