Viñeta de Kalvellido
Dicen que para comenzar a solucionar un problema el primer paso es reconocerlo, pues bien, aquí está verbalizado el mío: soy esclava.
No me refiero a una esclavitud a la antigua usanza, no, nadie me coloca a empujones sobre una piedra y me pellizca los pechos y me mira los dientes y me mete el dedo para saber bien lo que compra.
No hablo de esa esclavitud, esa, de momento, a mí no me toca.
Hablo de la otra esclavitud, más sofisticada, hablo de la que me tiene arrodillada frente a las deudas, esa que me somete a su antojo, que me pone un precio y luego otro y otro y otro. Esa que me revienta a trabajar para devolverles lo prestado, esa que me amenaza con el desahucio o la que me echa a patadas si tengo los bolsillos harapientos.
Esa esclavitud, rara, que me hace ir dócil una y otra vez a donde el amo.
De esa esclavitud yo hablo.
De esa que compró mi piel, compró mis sueños, mi salario, compró mi casa y mi coche, y mi enciclopedia.
De esa esclavitud que compró el sol de verano, y los casamientos y las enfermedades raras, de esa esclavitud que nos administra el alimento, el aliento, los hijos, los yernos.
No tengo dios, pero ¡por dios que pago diezmos ¡
Esta es la realidad; sonrío a los traficantes de esclavos, les enseño mi cuello desnudo para que me ahoguen con sus tentáculos y les prometo pagarles cien veces lo dejado y firmo mi condena y la vuelvo a firmar sin importarme la letra pequeña, que no es otra cosa que una letra con cadenas.
Y más allá de todo esto, por encima, determinando, está la esclavitud de los relojes. No poder disponer del tiempo propio, estar gran parte de los días, las horas, los minutos, al servicio de.
ResponderEliminarAbrazos.
Ps. Ayer escribí un largo y sesudo comentario sobre el tema de los libros y, finalmente, plof, cascó. A ver si me animo en algún momento a reescribirlo.