Murió Alfonso Sastre y con su muerte se hizo evidente que los hombres de paz mueren silenciosamente, que vuelan lejos de los ataúdes y del ruido mediático.
Queda la esencia de un ser humano que hasta el final se comprometió
con el mundo y sus terribles injusticias.
Los intelectuales no se arriesgan a decir su nombre, sólo
si al deletrearlo manchan su memoria.
Pero nosotros, los que miramos la realidad de frente y
reconocemos la integridad de quien trabaja para hacernos mejores, sentimos que
se fue otro hombre bueno.
Otro más que al irse apaga la luz de la libertad.
Otro más que nos deja huérfanos en este manicomio de
represión e indiferencia.
Eskerrik asko, Alfonso, en tus palabras está una y otra vez
la insobornable y ya eterna coherencia.
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