El compañero granadino Javier Cuesta ha sido agredido por los
fascistas. En su propia casa. Golpes en la cara, en el estómago, en la espalda.
Su delito: tener la bandera republicana colgada del balcón.
Primero fueron a mear en su portal y después subieron hasta
su domicilio, entraron a saco, rompieron lo que pudieron y le patearon.
Esto no es un hecho aislado, los matones campan a sus
anchas por las calles blindados por un sistema judicial y por una policía que
les aplaude, son los señoritos del sistema.
Y podemos reírnos tanto como queramos de su parafernalia de
banderas desfilando por las aceras, de sus manifestaciones de opereta, de sus
bufonadas ignorantes pero lo cierto es que más allá de estas risas que nos
echamos están multiplicándose. La bestia crece.
La gravedad de la situación exige ponernos en guardia.
Con estos cerdos sin pezuñas es inútil apelar al sentido
común, a la palabra. Se les combate por la fuerza. Por ovarios. Por cojones.
Toda mi solidaridad al compañero Javier.
Y todo mi desprecio a los fascistas que hoy pretenden continuar
con su antiguo trabajo de gatillo fácil, de asesinatos anónimos, de golpizas
cobardes.
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