Anselmo Antonio Vilar mantuvo apagado el
faro de Torre del Mar, Málaga, para dificultar que los aviones y barcos
pudieran ubicarse y localizar a la población que huía de los fascistas.
Vilar salvó a muchas personas de las
ametralladoras y de las bombas pero su decisión le costó la vida. Pocos días
después de la entrada de las tropas nacionales fue fusilado junto a las paredes
del cementerio veleño.
Atrás fue
quedando el ruido de la muerte y las pedradas.
El plomo reventaba
a aquellos que corrían a buscar vida en Almería.
Por miles
huían.
Por miles.
Aviones y
cruceros
aguardaban pacientes
el haz de luz poderoso
que
iluminara los rostros de pánico,
que
iluminara la piel en carne viva,
que
iluminara los bultos desarmados
que
morirían.
Pero no fue
aquella noche como otras noches harapientas.
No eran
navegantes y la luz podía ser una condena nueva para aquellos que venían
esquivando otras condenas.
Por eso
Anselmo no hizo bien su oficio y dejó apagado el faro. Porque no podía ser
también culpable.
Porque aquel
paisaje oscuro le hizo temblar el corazón hasta negarse a guiar con su lámpara a
los verdugos que acechaban con la mira.
Y se puso a
llorar como sólo lloran los hombres decentes.
Y lloró
hasta la madrugada intentando frenarla y que nunca amaneciera.
Y lloró
Anselmo solo y a oscuras
y lloró
Anselmo toda su tristeza
y lloró
horas eternas porque sabía que al alba no podría apagar el sol
y la muerte
renacería.
A Anselmo lo
ejecutaron después por no haber puesto luz sobre las víctimas.
Dicen que no
le importó, que no le dolieron los disparos,
que para él
fue mejor morir que vivir sin ser humano.
Anselmo Vilar. Farero.
Fusilado. Tu humanidad hoy nos alumbra.
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