Al pan me gusta llamarlo pan, al vino, vino.
Y al empobrecimiento por decreto, capitalismo.Así que no me vengan con cuentos de esos de pobreza energética, de malnutrición infantil, de aumento de la tasa de suicidios, de personas en riesgo de exclusión, de diáspora de jóvenes y ese largo etcétera de palabrería con la que los cómplices limpian las pústulas que su propio sistema crea.
Las palabras no son jabón, no deben usarse para borrar la sangre que dejan los gobiernos por las calles.
Si la gente se muere de frío, no es porque sean pobres energéticos, es porque les han robado con que calentarse los huesos, les han negado el pan, la sal y el fuego.
Si los niños tienen hambre, es eso lo que tienen, HAMBRE, un hambre amarga en un lugar donde nadie debiera conocerla.
Si las personas se ahorcan, se cortan las venas, se queman frente a los bancos, cada vez en mayor número, es porque no encuentran alternativas, y la democracia les pone una soga, les da una patada.
Así que aquellos que usan la palabra como materia prima en sus trabajos, (escritos o hablados), dejen, por una vez, de usarlas igual que si fueran detergente, que ya estamos hartos de ver como esconden la verdad con sus eufemismos baratos.
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