Parece que
nos quieren quitar la palabra, como si no nos la hubieran arrancado. Como si no
hubiera periódicos cerrados o gente en la cárcel sin delito y con largas
condenas.
Los mandamases que hoy fueron a Paris, los que salen en la
foto con cara de pocos amigos, son tejedores de mordazas dentro de sus
fronteras.
La multitud
va detrás de ellos, les sigue, espera gestos que le aseguren que ese enemigo
que va a cortarles la garganta, no podrá pasar por encima de sus banderas.
Los
mandamases se alegran.
Es el
momento de amputar en nombre de la seguridad, la libertad.
Es por
nuestro bien, por el de todos.
Es urgente
acuchillar a quien disiente.
En nombre de
la democracia, para salvaguardarla de las bestias.
Estamos en
guerra, Occidente tiembla.
Y mientras,
la multitud llora y camina y se estremece por las muertes habidas, y estrena
nuevos odios contra nuevos símbolos, y pide castigo, cuchillas, cerrojos,
vallas, policía, más policía, delatores, aprendices de guardianes, alguaciles
de paisano.
Es preciso protegernos,
enjaularlos, vigilarnos. Uno a uno, cuerpo a cuerpo, idea a idea.
La libertad de masacrar países ajenos tiene una
salud de hierro, la libertad individual es puro cuento.
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