jueves, 31 de mayo de 2018

Billy el Niño



Billy el Niño simboliza la brutalidad de un tiempo no tan pretérito, pero también simboliza la impunidad de los torturadores en el momento actual.
Sería iluso pensar que este esputo humano es sólo eso, un vestigio del pasado. No es así. Sus aprendices han tomado nota y han mejorado sus métodos. Ahora los más listos golpean sin dejar marcas, son expertos en tortura sicológica y dejan que los gritos de los torturados en otras celdas se oigan limpios. Provocan el agotamiento físico, violan a hombres y mujeres con palos, porras, penes ... hasta que el detenido se derrumba vulnerable a los pies de sus matones.
Y a otra cosa mariposa.
Pueden seguir haciéndolo porque Billy siempre estuvo libre. Es un héroe.
Pueden hacerlo más y mejor que él.
Pueden llevar hasta la muerte al emigrante. Ya habrá quien limpie la sangre.
 Estos funcionarios cobran y son condecorados por causar terror. No están huérfanos, son los hijos de una época en la que se hizo borrón y cuenta nueva y las bestias salieron a la calle como si nada, como si nunca hubieran tenido un solo cadáver desgarrado por sus pezuñas.
Así las cosas, se van muriendo de viejitos y heredan su legado nuevas bestias con pezuñas colosales.
Este país, es cierto, es una mierda. Una mierda envuelta en la impunidad que nos regaló la democracia.

martes, 29 de mayo de 2018

Es la polla



Una y otra vez me veo escribiendo sobre la libertad de expresión o mejor, sobre la desaparecida libertad de expresión.
Llevo décadas aullando sobre lo mismo y no vamos a mejor.
Desde los tiempos en los que se nos prohibió exhibir fotografías de los presos hasta hoy ha habido decenas de detenidos, imputados, incluso exiliados.
Todos siempre del mismo lado. Independentistas, anarquistas, raperos, escritores, artistas, periodistas, activistas….
Gente que no quiere callarse, que entiende como un deber alzar la voz y no achicarse.
 Los titiriteros pasaron horas en el talego por apología del terrorismo, un payaso se sentará en el banquillo porque imitó cómicamente a un policía, un actor ha sido denunciado por blasfemar o algo parecido, se prohíbe la exposición de cuadros, se persiguen las canciones, algunos libros, muchos tuits, hasta el color amarillo en la ropa despierta sospechas.
Y por si esto fuera poco ahora van y denuncian también a Evaristo.
Un tipo que lleva toda una vida cagándose en la democracia, un tipo que aún puede volar porque canta lo que le sale de los cojones. Como debe ser.
Esto daría risa si fuera ficción, pero es nuestra realidad.
Y en esta tragedia que hoy es España, se envalentonan el tricornio, la cruz y la mordaza. El señorito, el obispo, los cortesanos ordenan que se alimente la hoguera.
Si siguen así las cosas hasta los grabados de Goya serán censurados por incitar al odio contra dios o contra el sistema.

domingo, 20 de mayo de 2018

Lo personal es político



Lo personal es político o al menos así empezaron las feministas a decir a partir de los años sesenta. Pero creo que se referían y refieren a otra cosa muy diferente que a la casa que Irene Montero y Pablo Iglesias se han comprado y que pagarán a tocateja como todo cristiano.
En todo caso serán sus fieles quienes decidan si lo personal, es decir la compra de este chalet, es suficiente razón para pedirles que se hagan a un lado en política.
Ellos, la pareja, sabían mejor que nadie lo que iba a suceder con este asunto, que no nos vengan ahora con cara de póker, asombrados por el tsunami que ellos mismos han provocado.
El argumento que esgrimen de querer ver crecer a los hijos en un entorno tranquilo, rodeados de los amigos, sin el acoso mediático es legítimo, pero también un argumento infantil, dirigido a quienes empatizarán con ellos, a quienes aún ven, el espejismo de unos lideres capaces de hablar de revolución mientras se aíslan en la sierra para tomar mojitos con los colegas y discernir agudamente sobre la bancarrota en la que están sumergidos millones de españoles.
Mi voto no lo tuvieron antes y tampoco lo tendrán ahora, conozco a muy buena gente en podemos, extraordinarias personas que insisten en cambiar las cosas desde dentro pero también están en primera línea, en la calle, dando la cara, a estas personas que yo conozco no se les puede más que admirar por su coraje incombustible.
Pero con sus dirigentes nunca me he sentido identificada. Hablan demasiado bien, visten demasiado bien, son ilustrados, jóvenes, triunfadores.
Y qué quieren que les diga, no me ha parecido nunca que tuvieran las manos hinchadas de recoger fresa en condiciones infrahumanas, no me ha parecido tampoco que el acceso a la vivienda lo tuvieran negado, ni me las imagino fregando portales, ni limpiando viejos, ni despachando cervezas a borrachos, ni prostituyéndose para alimentar a sus familias.
Es decir, nunca creí que pertenecieran a la clase trabajadora, pero esto no se pone de relieve ahora con la compra de esa casa descomunal, antes, mucho antes ya había gestos, signos, postureos que decían elocuentemente que no eran de los nuestros.
En fin, una pena.
Ojalá las bases de Podemos, esa gente maravillosa y consecuente, sepa estar a la altura de lo que les sucede.

sábado, 12 de mayo de 2018

Yo sí creo en la justicia



Desde la mal llamada transición hasta nuestros días, cientos de asesinatos han quedado impunes, la extrema derecha y las fuerzas de seguridad del estado han paseado a sus anchas en libertad después de haber torturado y de haber sido maestros del gatillo fácil.
Pese a sus crímenes no han pisado la cárcel o la han conocido fugazmente y, además, muchos de ellos, han sido condecorados o ascendidos.
 Premiados por su barbarie respiran el mismo aire que las víctimas fortaleciendo la creencia de que pueden hacer lo que se les ponga en los cojones porque ya hay quienes dan la cara por ellos y tuercen las leyes hasta tenerlos en la calle.
Esto es motivo suficiente para no creer en la justicia, para darse cuenta de que la balanza se inclina siempre para el mismo lado y que la reparación al daño causado es sólo un sueño de los que se esfuerzan en no pasar página. 
Últimamente vemos igual de claro que la justicia es igual de desafiante que en otros tiempos y nos ordena callar de inmediato porque aún hay mucho sitio para nosotros en las cárceles.
La sentencia a los violadores de la manada, esa falta de empatía, ese ninguneo a los padecimientos de las mujeres, esos argumentos feminicidas nos ponen en guardia y nos encontramos de nuevo afirmando: la justicia no existe.
  La libertad de expresión, la libertad de pensamiento y la libertad de movimiento están tan acorraladas por las leyes que cualquier palabra, gesto, broma nos puede sentar en el banquillo para obligarnos a decir otra vez: la justicia no existe.
Ahora esperamos lo que dictaminen los jueces sobre los jóvenes de Altsasu a todas luces inocentes del delito de terrorismo que se les imputa. Tres de esos jóvenes llevan en el talego más de 500 días y de nuevo estamos esperando la sentencia, pero desde ya podemos decir que para esos jóvenes la justicia no existe.
Y es cierto que no podemos esperar nada bueno de los que la administran, de los que hacen la vista gorda ante las torturas y los abusos y la orfandad de los que están entre rejas. Pertenecen a una clase que nada tiene que ver con nosotros y su mirada mayormente está empañada. Es servil a quienes le pagan.
Pero la historia de los oprimidos siempre ha sido la misma, una búsqueda incansable de la justicia, una urgente necesidad de encontrarla, desenterrando fosas comunes, señalando a pecho descubierto a los tiranos, arriesgando pueblos, infancias, territorios.

Por esos hombres y mujeres que nos precedieron yo sí creo en la justicia. Creo que es obligación nuestra exigirla con mayúsculas como la exigieron muchos desde el exilio o desde los infiernos a los que fueron confinados.
Sigamos creyendo en ella porque es lo que va a mantenernos en pie en medio de este desastre.
Sigamos creyendo en ella, aunque los violadores vivan plácidamente esperando su absolución, aunque los mangantes alardeen de su culpabilidad, aunque este país sea una mierda y las leyes ahoguen a todo el que se mueva.
Debemos ser firmes y no claudicar. Con esta desesperada impotencia, con esta rabia, con esta furia que se desata día sí y día también cuando vemos a la gente esposada por unas ideas, por unas canciones, por unas banderas, por una pelea.
La Justicia claro que existe.
Camina con los zapatos de los victimarios mientras el pueblo la busca con los pies descalzos.


domingo, 6 de mayo de 2018

La violación de la justicia



Estos días atrás, por el dolor que nos causó la sentencia por la violación de la manada han ido apareciendo en las redes testimonios de mujeres que han sido violadas o maltratadas por sus familiares en la infancia, por sus parejas o por desconocidos. En noches de fiestas, en el confort de las alcobas o a plena luz del día.
Violaciones que en el mayor número de casos quedaron sin denunciarse y fueron ocultadas en la memoria hasta que hace unos días la rabia abrió la caja de Pandora y salieron de ella los recuerdos detallados de aquellos momentos de infamia.
Llevamos siglos callándolo todo, por vergüenza y por miedo y porque muchas aceptamos en lugar miserable al que fuimos confinadas cuando nos dijeron que éramos inferiores y que además olíamos como el pescado.
Han cambiado algo las cosas, pero no demasiado. Casi todas hemos sentido que la voz de esta víctima de la manada era también nuestro alarido. Atávico, solidario.
Y la respuesta ha sido un nuevo castigo para ella, un castigo para todas.
Nos han dejado una vez más en pelotas, desnudas, azotadas, humilladas, solas frente a un poder que no nos considera gran cosa.
De nuevo una violación múltiple y pública, la de todas las mujeres.
Yo pienso que llegadas a este punto no hay retorno posible, sólo nos queda defendernos, atacar a quien nos agrede.
Que nos tengan miedo, somos muchas y nuestros puños también pueden.
Que sirva esta experiencia para darnos cuenta de que sólo denunciando no obtendremos justicia porque los que la administran la manosean como si fuera una niña borracha que no se entera.