No digo nada nuevo si afirmo que vivimos en un estado
fascista.
No es un fascismo al estilo antiguo con cruces gamadas y campos
de exterminio (o sí).
El fascismo actual es un fascismo embaucador, nos hace
creer que vivimos en un espejismo.
Pero todo es posible bajo estas democracias de cartón piedra
que ocultan las calaveras.
Digo que todo es posible porque las leyes se van
diseñando al antojo de quienes desean exprimirnos o callarnos o simplemente
defenestrarnos.
Todo es posible porque los trabajadores y trabajadoras nos
hemos convertido en archipiélagos, en seres golpeando aisladamente la realidad
y nuestra fuerza poderosa se desintegra en las plazas o en las urnas.
Mientras
intentamos reunir los pedazos de esta clase, la nuestra, que reventó con las
primeras traiciones de la democracia, la bestia avanza, no pierde el tiempo,
sabe que debe atarnos en corto porque si no lo hace podríamos explotarle en la
cara y arrancarle de las manos la riqueza que nos están robando.
Es simple, el fascismo sabe jugar sus cartas, travestido,
amable, paternalista, sólo desea mantenernos a raya, incitando al odio entre
los emputecidos, con un desempleo tan abrumador que nos obliga a aceptar ser
esclavos a cambio de poco pan y mucho cansancio, con cárcel, represión… todo
vale.
Sobre el tapete
nuestra fuerza hecha añicos y todos, todìsimos los beneficios pa el tahúr que
reparte.
Las reglas son: seguid divididos.
Sólo si estamos divididos ganan.
Sólo si estamos divididos se reparten entre los mismos de siempre nuestras ganancias.
Sólo si estamos divididos se reparten entre los mismos de siempre nuestras ganancias.
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