Viñeta de Kalvellido
Dicen que Franco todas las mañanas se sentaba a desayunar y mientras
lo hacía iba leyendo las interminables listas de los sentenciados a
muerte, daba su aprobación con la palabra “enterao” y continuaba con
su café plácidamente.
La realidad no ha cambiado mucho.
Hoy, los que entonces eran aprendices del dictador ocupan su sitio, y
en el mismo trono criminal en el que se sentaba el asesino desayunan
diariamente, y también, entre mantequilla y tostada, leen las
eternas listas de los condenados.
Y como entonces, los medios de comunicación, sentados siempre a la
derecha, callan las ejecuciones. Su denuncia de la violencia siempre
es muy selectiva, cargan una decencia demasiado frágil, demasiado
yerma.
Y como entonces, muchos intelectuales besan las manos de los amos,
alzan la voz por los garzones de turno, mueven la cola, entran en
cólera, hacen su propaganda, aceitan de esta forma los engranajes del
sistema para que no se vaya oxidando y siguen, como si nada, husmeando
la sangre derramada.
E igual que entonces, hoy, nosotros también sabemos los nombres de
los que, como Franco, se dan por enterados.
Conocemos a los partícipes del saqueo, a los cómplices, a los que
fabrican las sogas, a los que la anudan al cuello. Sabemos lo que
están haciendo, estamos con el oído atento.
Llevan la cruz y la espada y huelen a cuadra.
Sabemos que tienen miedo, que se golpean el pecho, que planean
ajustes, que maquillan las cifras. Hacen ruido, mucho ruido, humo,
mucho humo, porque no se puede apuntalar ya su infamia, porque a
golpe de verdad los vamos empujando.
Tienen los días contados.
Los campos, las fábricas, las calles, están llenas de brazos que se
vacían, de hombres y de mujeres asfixiados por las deudas, acosados
por el hambre. Los muertos esparcidos y los vivos a la intemperie. La
pobreza hace muy bien su trabajo de exterminio. Y mientras observamos
nuestras mesas sin pan y sin salario escribimos a la izquierda de sus
nombres (como ellos hacen diariamente): ”enterados, enterados,
enterados”.
Dicen que Franco todas las mañanas se sentaba a desayunar y mientras
lo hacía iba leyendo las interminables listas de los sentenciados a
muerte, daba su aprobación con la palabra “enterao” y continuaba con
su café plácidamente.
La realidad no ha cambiado mucho.
Hoy, los que entonces eran aprendices del dictador ocupan su sitio, y
en el mismo trono criminal en el que se sentaba el asesino desayunan
diariamente, y también, entre mantequilla y tostada, leen las
eternas listas de los condenados.
Y como entonces, los medios de comunicación, sentados siempre a la
derecha, callan las ejecuciones. Su denuncia de la violencia siempre
es muy selectiva, cargan una decencia demasiado frágil, demasiado
yerma.
Y como entonces, muchos intelectuales besan las manos de los amos,
alzan la voz por los garzones de turno, mueven la cola, entran en
cólera, hacen su propaganda, aceitan de esta forma los engranajes del
sistema para que no se vaya oxidando y siguen, como si nada, husmeando
la sangre derramada.
E igual que entonces, hoy, nosotros también sabemos los nombres de
los que, como Franco, se dan por enterados.
Conocemos a los partícipes del saqueo, a los cómplices, a los que
fabrican las sogas, a los que la anudan al cuello. Sabemos lo que
están haciendo, estamos con el oído atento.
Llevan la cruz y la espada y huelen a cuadra.
Sabemos que tienen miedo, que se golpean el pecho, que planean
ajustes, que maquillan las cifras. Hacen ruido, mucho ruido, humo,
mucho humo, porque no se puede apuntalar ya su infamia, porque a
golpe de verdad los vamos empujando.
Tienen los días contados.
Los campos, las fábricas, las calles, están llenas de brazos que se
vacían, de hombres y de mujeres asfixiados por las deudas, acosados
por el hambre. Los muertos esparcidos y los vivos a la intemperie. La
pobreza hace muy bien su trabajo de exterminio. Y mientras observamos
nuestras mesas sin pan y sin salario escribimos a la izquierda de sus
nombres (como ellos hacen diariamente): ”enterados, enterados,
enterados”.
Nunca dejará de impresionarme la rotundidad con la que escupes verdades como puños desde tus vísceras. Nunca.
ResponderEliminarGracias por ello. Y un beso.