Viñeta de Kalvellido
La guerra ha sido declarada en cada rincón del planeta.
Algunas son abiertamente sangrientas, de ejércitos imperiales
descuartizando banderas con excusas y falacias fabricadas por expertos
entrenados en propaganda mediática.
Algunas otras se alargan el tiempo conveniente para disuadir a las
patrias y demostrar quién es el que manda, quienes tienen el poder y las armas
con las que abatir las conciencias que se rebelan.
Algunas otras son silenciosas, manejadas astutamente,
peligrosas porque dejan pocas marcas, pocas pruebas: cuerpos suicidados, vientres inflamados y resecos, vivos que sobreviven tristemente, niños huérfanos de pan y de zapatos, viejos atravesados por un dolor que sólo se
remedia con monedas, jóvenes empujados
al desarraigo, errantes y sin familia, exiliados, parias, perseguidos en estas falsas democracias de opereta,
encarcelados, mutilados, tuertos, disparados a bocajarro…
Todo el mundo, todo, está en guerra. La tierra hoy día es
un elogio de la violencia, la brutalidad convertida en oficio.
Y contra esto sólo podemos unirnos, aceptar que formamos
parte de lo mismo: un sistema feudal que nos arranca las vísceras.
Si somos estorbo, nos aniquila, si somos útiles, nos
perdona la vida.
Y sòlo bien
apretados, hombro con hombro, de la mano, juntos, será posible que los
guerreros empiecen a tenernos miedo.
No un miedo transitorio, en un trocito de la historia, no
un miedo parcial dentro de alguna frontera.
Un miedo global
como global es la guerra.
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