sábado, 14 de agosto de 2010

Yo acuso

Viñeta de Kalvellido

Yo acuso al presidente y a sus ministros de masturbar los intereses financieros de los amos.
Yo acuso a los sindicatos de ser perros falderos, les acuso de dilatar las protestas en el tiempo, les acuso de querer convertir los gritos en susurros, la pobreza en una cifra, la protesta en un desfile de becerros.
Yo acuso a los periodistas de limpiar con sus lenguas bífidas la ponzoña de su desvergüenza.
Yo acuso a los intelectuales, artistas, escritores, de mirar para otro lado mientras besan las manos flojas de los tiranos.
Yo acuso a los empresarios, mafiosos y codiciosos, que compran carne humana y la destrozan en las fábricas, en los andamios. en el paro.
Yo acuso a los banqueros de ladrones, traficantes, blanqueadores de sangre.
Yo acuso a los ejércitos, sicarios con nómina de una sola bandera, de esparcir masacres por unas monedas.
Yo acuso a las multinacionales del dolor de convertir la salud en mercadería y a los enfermos en adictos a sus píldoras y a los empobrecidos en gentes sin cura posible.
Yo acuso a los curas y monaguillos de perpetuar la gran farsa, de instigar a la resignación para sentarse mientras tanto a la derecha del terror.
Yo acuso a los jueces, a los fiscales, a los tribunales, que torturan la justicia hasta dejarla moribunda.
Yo acuso a todos, les acuso con estas manos pequeñas, les señalo con estos dedos de poeta, en estos versos atrapados por la rabia.
Les acuso de tantas cosas que no me alcanzan las palabras, les acuso de cada uno de los desahucios, de cada uno de los saqueos.
Les acuso de la miseria, de las pestes,, de las corrupciones, de los terrorismos oficiales, de las demencias, de las picanas, les acuso de repartir miedo e indiferencia, les acuso de la mano dura, de la complicidad de sus silencios, de la manipulación, de la represión, de vender realidades ficticias, de crear la industria de la violencia, les acuso de esterilizar las utopías, de inventar coartadas, les acuso de intentar barrer las calles de alegría, de intentar violar todos los sueños, de vivir por y para el crimen.
Les acuso sí, les acuso con mis versos, les digo a todos los bandidos que aquí estamos, con el pecho al descubierto, aquí estamos, clavados en la tierra,
Aquí estamos, apresurando el paso,
camino de un mañana sin tinieblas.
Aquí estamos, sin callarnos,
con nuestras vísceras ardientes,
con nuestros temblores controlados,
con nuestros pulso desordenado,
aquí estamos,
con el corazón atento,
aguardando el momento.
Aquí estamos.

jueves, 12 de agosto de 2010

No lo entiendo

Viñeta de Kalvellido

Yo no sé cuándo nació mi conciencia.
No sabría precisar el momento exacto, no sé si nació como consecuencia de vivir una infancia donde la severidad y el silencio alimentaron mis años más prematuros.
No sé si ocurrió algo más tarde, en la escuela, en aquel lugar donde el golpe, el cachete, el castigo, estaba a la orden del día, no sé si vino después cuando el desempleo apuñaló la tranquilidad de mi pueblo y los trabajadores comenzaron interminables huelgas, no sé si ocurrió más tarde, ya adolescente, cuando todo era policía y porra, porra y policía y manadas de gente saliendo a la calle a protestar, no sé si vino después cuando me puse a trabajar a cambio de unas monedas que me reventaban la espalda , no sé si ocurrió cuando ya me supe poeta y comprendí que mi lugar en el mundo era al lado de la palabra que sangra y desangra.
No sé si fue algún momento concreto de mi biografía o fue todo a la vez.
La cuestión es por qué otros niños con padres severos, otros niños con maestros castradores, otros jóvenes con la mirada puesta en la calle y en sus rebeldías, otros trabajadores explotados, otros poetas, no dejan nacer sus conciencias, las tienen apresadas en sus cerebros poco sedientos, las mandan callar o la esquivan. Tienen miedo a pensar, a decir, tienen miedo a dejar explotar la furia, a dejar que fluya libre por su propia historia.
Y así van errantes.
Y así van millones de seres solitarios, rumiando su insolente impotencia.
Millones de jóvenes, de trabajadores, huecos de conciencia, sin saber preguntarse ni preguntar.
Y así vamos, pà tras, sepultando la dignidad.
Sin conciencia debe ser muy difícil soñar.
No entiendo como ese millón de familias que no tienen nada que llevarse a la boca languidecen en medio de su pobreza, no entiendo cómo no salen a la calle a aporrear las puertas de los bancos, de los gobiernos, de las empresas, no entiendo como son sumisos a esos mismos sindicatos que les reparte hambre, antes y después de septiembre.
No entiendo donde quedaron sus conciencias, no entiendo cuando desaprendieron que la justicia se combate, no se espera.
Esta poeta que hoy habla, no entiende cómo se puede tragar tanta rabia,
còmo se pueden callar estas conciencias.
No lo entiendo.
No, no consigo entenderlo.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Soy esclava

Viñeta de Kalvellido

Dicen que para comenzar a solucionar un problema el primer paso es reconocerlo, pues bien, aquí está verbalizado el mío: soy esclava.
No me refiero a una esclavitud a la antigua usanza, no, nadie me coloca a empujones sobre una piedra y me pellizca los pechos y me mira los dientes y me mete el dedo para saber bien lo que compra.
No hablo de esa esclavitud, esa, de momento, a mí no me toca.
Hablo de la otra esclavitud, más sofisticada, hablo de la que me tiene arrodillada frente a las deudas, esa que me somete a su antojo, que me pone un precio y luego otro y otro y otro. Esa que me revienta a trabajar para devolverles lo prestado, esa que me amenaza con el desahucio o la que me echa a patadas si tengo los bolsillos harapientos.
Esa esclavitud, rara, que me hace ir dócil una y otra vez a donde el amo.
De esa esclavitud yo hablo.
De esa que compró mi piel, compró mis sueños, mi salario, compró mi casa y mi coche, y mi enciclopedia.
De esa esclavitud que compró el sol de verano, y los casamientos y las enfermedades raras, de esa esclavitud que nos administra el alimento, el aliento, los hijos, los yernos.
No tengo dios, pero ¡por dios que pago diezmos ¡
Esta es la realidad; sonrío a los traficantes de esclavos, les enseño mi cuello desnudo para que me ahoguen con sus tentáculos y les prometo pagarles cien veces lo dejado y firmo mi condena y la vuelvo a firmar sin importarme la letra pequeña, que no es otra cosa que una letra con cadenas.

martes, 10 de agosto de 2010

El libro no puede morir

Viñeta de Kalvellido

Hoy día vivimos en un mundo unido por un extraño cordón umbilical, una red que nos aglutina, nos permite (hasta hoy) mantenernos informados, contrainformados, podemos, es cierto, saber en el mismo instante los horrores que suceden en cualquier parte de mundo y levantar la palabra para golpear con su puño sobre la mesa. Pero esto me hace pensar también que esta especie de gruta a donde hemos ido llegando voluntariamente, en donde hemos ido dejando nuestras conexiones, nuestra libertad de decir, pronto cerrará sus fauces y nos quedaremos a oscuras.
Volveremos al principio.
Se dinamitará la red en la que nos sujetamos unos a otros y sólo quedarán a salvo e íntimamente unidos aquellos que sean dóciles, aquellos que no se hayan ido enlazando por afinidades subversivas.

Pero más allá de esta amarga profecía sobre la que hoy escribo me preocupa que desde voces más o menos alternativas se insista tanto, haya un afán tan desmedido en matar al libro, en defenestrarlo, como si fuera un triste ser en agonía. Es frecuente que los que defienden esta muerte lo hagan con argumentos ecológicos y es verdad también que en la medida de lo posible creo que debemos estar alerta con respecto a este derroche y salvajismo medioambiental que nos presagia una tierra yerma, pero también es verdad que matando al libro, fomentando el uso casi exclusivo de la difusión del pensamiento, de cualquiera de sus expresiones literarias, a lo virtual, condenamos a la gran mayoría de la humanidad a la más completa y certera ignorancia.
Sólo un 1% de la población mundial tiene acceso a un ordenador, si a este 99% restante ya le resulta complicado poder tener un libro entre sus manos, ¿imaginamos què será cuando definitivamente haya muerto y sólo sea a través de esta pantalla donde poder conseguir un poco del saber, un poco de la conciencia que les apoya y les defiende?, ¿de qué va a servirnos el esfuerzo si quedará para unos pocos privilegiados?
Serán palabras mudas.
Esto es lo que defendemos al justificar la muerte del libro, esto es lo que abanderamos, este crimen antiguo, esta vez más sofisticado, esta vez sustentado por la ingenuidad de muchos de nosotros que queremos un mundo mejor, más sostenible, pero donde olvidamos a la inmensa mayoría y la imperiosa necesidad de no dejarlos moribundos de saber, a la deriva.

domingo, 8 de agosto de 2010

Me duelen las manos

Viñeta de Kalvellido

Me duelen las manos de escribir sobre el terror de vivir en tiempos como estos donde la barbarie nos revienta. Me duelen cada uno de los huesos cada vez que deletreo el horror de las tetas resecas, de la piel agrietada, de los niños con las rodillas clavadas en la tierra yerma.
Me duelen las manos de contar que la violencia en todas sus formas es una epidemia que extiende sus alas negras, cada vez más grandes, cada vez más negras.
Me duelen las manos de hablar de los terroristas que bajan los pulgares desde sus tronos imperiales, de los que explotan la vida, de los que secuestran la libertad y la bombardean. De los dementes, locos de atar, que nos gobiernan, que planean fulgurantes guerras donde ellos poco arriesgan.
Me duelen las manos, joder, ¡cuánto me duelen!, cuánto duelen cada uno de estos huesos cuando explican los muertos amontonados en acequias, amontonados bajo lluvias de plomo, de uranio, de pobrezas, cuànto duelen los dedos cuando escribo sobre los asesinos que descuartizan la vida de pueblos completos.
Me duelen, las manos, los huesos, las uñas, me duelen los hombros, los ojos, me duele el hígado y ya no me quedan poemas con los que deletrear el fascismo risueño en el que vivimos.
Y me duelen sobre todas las cosas las palabras que hoy, quedan tristes en las cunetas, esperando que regresemos a recogerlas, esperando, sedientas, que les devolvamos su sentido primigenio, me duelen las más sencillas, las que dijeron tanto, las que recogían la memoria, las que señalaban las fosas y sus sombras, las que anotaban los aullidos, las que clavaban su dolor en los oídos más castos, las que hacían temblar y frenaban los zarpazos de la codicia.
Me duelen si, sobre todas las cosas estas palabras sencillas, gastadas de tanto repetirlas.
Paz, justicia.
Justicia, paz.
Es hora ya de devolverles la dignidad diciendo alto y claro sus nombres.
Aunque nos duelan las manos de escribirlas, aunque nos duela la voz y las canciones, aunque nos duela el corazón, repetirlas, exigir que estén cerca, a nuestro lado, mientras andamos, mientras soñamos, llevarlas en brazos, curar sus inmensas heridas, no dejar que nos las arranquen.
Nunca debimos dejar que las manosearan.
Nunca debimos permitir que las ensuciaran.
Hoy necesitan todo nuestro coraje para defenderlas, aunque nos duela.
Aunque nos sangre el dolor como a ellas les sangra su historia.

jueves, 5 de agosto de 2010

En pie de guerra

Viñeta de Kalvellido

Contra los lobos y su lógica del oro
levanto en armas mis palabras.
Les quito el moho, las saco brillo, las afilo.
las clavo en la yugular de los días
y no me rindo
y no me rindo.
Soy sanguinaria,
feroz, atroz, temible,
avanzo paso a paso entre las vidas,
avanzo con el pecho al descubierto,
avanzo y no me importa si muero,
si el frío escarcha mis retinas,
si este es el precio que se paga
no soy cobarde.
Sin plomo, sin gatillos,
porque la tierra está sembrada de crímenes,
disparo a bocajarro
y nunca va a temblarme la voz
y nunca van a temblarme las manos.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Contigo aprendì

Imagen de La Rata Gris

Contigo aprendí a gastar los silencios.
Aprendí que la soledad es el peor de los caminos
y la palabra la mejor de las alternativas.
Contigo aprendí a mirar pa`lante
a amar a contracielo,
a vivir con este corazón,
sin esconderlo.
Contigo aprendí que no se debe vivir muriendo paso a paso
mientras el combate es cuerpo a cuerpo
mientras alguien, quien sea, cae a cada instante
con las arterias rotas por el hambre o los puñales.
Contigo aprendí a cansar mis labios de tanto, tanto, decir sus nombres.
Aprendí a cruzar la calle,
a escuchar los ayes,
a besar el pan,
a gritar con toda mi sangre.
Contigo aprendí
a ver ríos de niños volviéndose locos,
a ver pueblos errantes,
a ver a sus dioses escondidos de la barbarie.
Contigo aprendí a llorar dulcemente,
a vaciarme de ternura,
a afiliarme a la victoria de los que van a tientas
pero caminan con canciones.
Contigo aprendí a cruzar la noche
sin huellas, sin olfato,
con sólo raciones de esperanza esparcidas como estrellas.
Contigo aprendí a crucificar la indiferencia,
a no llevarla a cuestas,
a ser poeta en medio del ruido
en medio de las vísceras,
en medio de las hogueras,
en mitad de la violencia.
Contigo aprendí.