martes, 14 de septiembre de 2021

Modu


 

Modu es un amigo de mi hermana.

Hace seis meses, cuando ella salió del hospital, fuimos a visitarlo a su taller de bicicletas. Nada más verla corrió a cogerle las manos para acariciarlas como en un ritual de sanación. Sonreía con la cara y con el cuerpo, también con las palabras.

Modu es senegalés, trabaja para salir adelante y enviar dinero a su esposa y a sus hijos y quizá un día volver a casa.

Hay miles de Modus en Bilbao. Invisibles a nuestros ojos, oscuros hombres y mujeres que no encontramos ni en la sala de espera de los centros médicos, ni en los supermercados llenando los carros de comida.

No los vemos, luego no existen.

Modu vive en el barrio, no sé en cuál de las casas en ruinas, no sé debajo de qué puente, no sé cerca de qué vías de tren inutilizadas.

Sé poco de él, sólo sé que entraron en su taller y arrojaron todas las bicicletas a la ría y que Modu lloraba como lloran todos los hombres cuando ya no tienen nada, sin lágrimas.

 

El otro día vimos a Modu por la calle. Mi hermana gritó: ¡Modu, Modu!

Pero Modu no respondió. Pasó a nuestro lado y nos quedamos mirándolo alejarse. Tristes porque no reconoció a su amiga blanca, a la amiga a la que frotaba las manos para acelerar su sanación, a la amiga que sonreía desde lo más profundo, feliz de verla con vida y alegre.

Ayer de nuevo.: ¡Modu, Modu!

Pero otra vez Modu pasó de largo hablando en voz alta y agitando los brazos descontroladamente.

Loco y solo.

Yo no sé qué mundo es este. Qué tristeza de humanidad, qué mierda de sociedad hemos creado.

Demasiados Modus.

Demasiadas bestias arrojando bicicletas al agua.

Demasiadas soledades y miserias y tragedias.

Demasiada indiferencia.

Y bajo los puentes de Bilbao demasiados sueños que revientan

 

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