Nos domina la víscera, la entraña más vil, la casquería.
El cuerpo se nos llena de bilis y salimos a la caza del
culpable. Fuera de nosotros mismos encontramos otros pueblos a los que dirigir el
odio, otras banderas a las que señalar con el dedo y bajar de inmediato los
pulgares.
También sucede con la izquierda que incapaz de mirarse a sí
misma prefiere tomar el atajo de la ofensa, el menosprecio, la humillación de
sus iguales.
Si el fascismo avanza en cualquier lugar del mundo, si
llegan al parlamento andaluz o vasco, si pasean sus pezuñas, impunes y arrogantes,
la responsabilidad es de todos nosotros que nos posicionamos en la trinchera de
la izquierda. No estamos haciendo bien nuestro trabajo en el desierto de las
ideas, no sabemos organizarnos de manera adecuada, preferimos atomizar cada
lucha con nuestras diferencias, en definitiva: no tenemos ombligo en el que mirarnos.
Lo cierto es que yo sé muy pocas cosas, casi nada, pero lo
que sí sé es que mientras nos lanzamos pedradas, nos arrancamos la piel a
dentelladas, mientras lanzamos arena a los ojos de compañeros potenciales, las
victorias son de otros y también las calles.
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