viernes, 15 de junio de 2018

Los condenados de la tierra



Los condenados de la tierra huyen como sea.  Arriesgan sus vidas en famélicos barcos que naufragan con el primer azote de mar. Vemos sus cadáveres sobre la arena. Una hilera de cuerpos con su tragedia muerta, con su memoria ahogada, con su futuro inundado para siempre. Son infrahumanos que fallecen por millares. La riqueza de sus países de origen es castigo y es condena.
Dejaron atrás el hambre y el plomo. La amenaza permanente de no poder sobrevivir, el miedo intenso que se clava día a día porque un disparo, una sequía, un hallazgo poderoso de coltán, petróleo, de diamantes significa esclavitud y hambruna.
Y qué más da si mueren un millón o tres o cuatro.
Qué más da si los vientres se inflaman y las moscas devoran los párpados de los niños.
Qué más da si las diarreas los fulminan y las bombas los despedazan y se diezman los países y hacen explotar sus soberanías.
Qué más da el otro mundo, tan lejano, tan pobre y desquiciado, tan herido y desangrado.
Qué más da su mala suerte, esa suerte demoníaca que los parió en lugares fértiles en materias primas.
Y nos creemos solidarios porque vamos a recibir a un puñado que naufragó y que fueron salvados.
Y mientras deciden qué hacer con ellos, mientras unos dicen que sí y otros que no, otros muchos condenados de la tierra huyen ahora mismo de los chacales de Wall Street y similares que los masacran a golpe de talón sin importarles.
En este mundo que nada sabe, afirmamos que no tenemos sitio para tantos sin preguntamos quién originó este sacrificio humano.
Quiénes tienen las manos manchadas de sangre y sobre sus hombros millones de muertos sin nombre.
En este mundo que nada sabe la ignorancia se premia con barbarie.
Porque son otros, claro. Otros son los que se amontonan en las fronteras, entre el oleaje, otros son los que caminan sin brújula arrastrando a los hijos que lloran o a los viejos que no caminan.
En este mundo que nada sabe es difícil no sentir asco de la escasa humanidad que nos va quedando.

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