Vengo de un silencio inmenso, apenas la ronca voz de mi
padre se oyó deletreando blasfemias entre el vino y las broncas.
Apenas esa voz y la de mi
madre, eco obediente de la voz de los hombres.
Vengo de ahí, de esa tierra estéril en palabras, yerma.
Fui creciendo como una sombra, callada, frágil, sin mástil
donde asirme de las embestidas del amor y de la vida.
Pienso que aquel hielo en las arterias, aquella infancia asilvestrada,
aquella adolescencia sembrada de rubores y tinieblas, de miedo a ser amada fue forjando a la poeta que soy ahora.
Esa afonía que se
impuso en los primeros años apuntaló la
palabra en mi destino. La hizo porvenir.
El cordón umbilical con el que agarrarme a los otros.
Pero afuera, en el mundo, todo parece callarse a pesar
del ruido.
Los pueblos gritan, como gritaba yo en sueños allá en la
infancia, e igual que entonces me sucedía a mí, nadie parece levantarse en
mitad de la noche para atravesar los pasillos del espanto y salvarlos del
terror hasta que se hace el día.
Afuera, febrilmente, dejo mis poemas como si fueran un abracadabra y como cuando era niña me quedo a esperar si
se rompe el silencio y nace de su entraña terrible un lugar nuevo donde nadie grite de noche, donde no haya
pesadillas, donde la palabra se derrame sin dolor, tibia, entrañable y se llene,
al fin, de canciones la vida.
Me identifico con tu Nota querida poeta!
ResponderEliminarYolanda Duque Vidal