domingo, 11 de octubre de 2015

Retrato de una poeta


Vengo de un silencio inmenso, apenas la ronca voz de mi padre se oyó deletreando blasfemias entre el vino y las broncas.
Apenas esa voz y la de mi  madre, eco obediente de la voz de los hombres.
Vengo de ahí, de esa tierra estéril en palabras, yerma.
Fui creciendo como una sombra, callada, frágil, sin mástil donde asirme de las embestidas del amor y de la vida.
Pienso que aquel hielo  en las arterias, aquella infancia asilvestrada, aquella adolescencia sembrada de rubores y tinieblas, de miedo a ser amada  fue forjando a la poeta que soy ahora.
Esa afonía  que se impuso en los  primeros años apuntaló la palabra en mi destino. La hizo  porvenir.
El cordón umbilical con el que agarrarme a los otros.
Pero afuera, en el mundo, todo parece callarse a pesar del ruido.
Los pueblos gritan, como gritaba yo en sueños allá en la infancia, e igual que entonces me sucedía a mí, nadie parece levantarse en mitad de la noche para atravesar los pasillos del espanto y salvarlos del terror hasta que se hace el día.

Afuera, febrilmente, dejo mis poemas como si fueran  un abracadabra  y como cuando era niña me quedo a esperar si se rompe el silencio y nace de su entraña terrible un lugar nuevo donde  nadie grite de noche, donde no haya pesadillas, donde la palabra se derrame sin dolor, tibia, entrañable y se llene, al fin, de canciones la vida.

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