Podría
imaginarse un mundo peor, más oscuro y desgarrado donde los trabajadores vayan
al tajo como esclavos, donde sólo haya sobre la mesa una supervivencia que
renquea por el frío la escasez y el cansancio.
Podría
imaginarse un mundo más tenebroso donde el agua no discurra por las casas, y la
luz desaparezca por las noches y los ancianos agonicen con su dolor, con sus úlceras
y sus meados y la memoria sea uno más de los derechos acribillados.
Podría
imaginarse un mundo terrible y desdichado donde ausentes, cabizbajos, hablemos
bajo, donde dios haya sido sustituido por múltiples diositos de mercado, donde
las casas sean jaulas y las calles sean jaulas y las ideas se aletarguen entre
rejas.
Podría
imaginarse un mundo violentado, donde la mujer viva para parir esclavos, donde las
fronteras estén tan afiladas que corten las yugulares, donde las banderas sean pocas y poderosas y ondeen por toda la
tierra.
Pero no hace
falta imaginarlo.
La vida hoy
es tan poca cosa que se mueren suicidados, que se mueren de pena, que se mueren
sin importar las causas, sin importar quienes son los responsables.
La vida hoy
es tan poca cosa que los que caen hambreados son sólo una estadística.
Los que caen
masacrados son sólo un daño menor o no son daño porque son negros, llevan
turbante o son indios.
Los que caen
sin dignidad en las puertas de las iglesias, en las filas del hambre, en la
mendicidad puerta a puerta, son una molestia.
La vida, el
derecho a vivirla abrigados y nutridos de pan y de letras, es un privilegio
reservado para una minoría.
Para esa minoría
que nos arrastra por la Historia dejando cadáveres sin nombre en las cunetas,
que nos explota siglo a siglo, que nos pone contra las cuerdas, a esa minoría
nada importa salvo aumentar los beneficios a nuestra costa.
A esa minoría
poco importan las muertes que fabrica.
Poco importan
la sangre y los alaridos.
Las tierras
arrasadas, las lluvias de plomo, el cielo abrasado y sin estrellas.
A esa minoría
que es dueña de nuestras vidas, de nuestras cadenas, de nuestro pan y de
nuestras risas les importa un bledo que millones de personas ahora mismo hayan
perdido la cuenta de los días que llevan sin pan y sin trabajo.
No hace falta
imaginar nada, no hace falta mirar hacia el mañana para comprobar que todo está
oscuro, que el mundo vive un invierno donde nada es fecundo. No hace falta
pasar las hojas del calendario, ni
utilizar una brújula que nos lleve al lugar donde están los desesperados.
Nada de eso
hace falta, basta con mirar de frente, basta con reconocer un par de banderas y
un puñado de apellidos para saber quienes son los culpables de que estas vidas,
nuestra vidas, sean mutiladas y vendidas gratis o casi de balde.
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