jueves, 29 de marzo de 2018

La herencia



Yo crecí con la esperanza de ver cambiar las cosas.
Los viejos me contaron siempre sus heroicidades, su empeño por la supervivencia.
Me hablaron de la emigración con muchos hijos agarrados a sus faldas, del exilio, de la cárcel, del silencio y de la iglesia que jodía a todas horas.
Vi desde niña a los obreros en huelga de hambre, a los obreros saliendo a la calle con las jaurías desatadas. Escuché su rabia cuando los tiroteaban, cuando ya poco más podían hacer que quemar ruedas y quedarse quietos a recibir hostias, vi a sus mujeres limpiarse las manos en los delantales pa levantar los puños limpios defendiendo el salario que pronto les negarían.
Vi la pena de los pueblos más irredentos diezmados por la droga.
Y fueron pasando los años y la niñez fue quedando atrás como quedan atrás algunos sueños.
Pero seguí creyendo que era posible cambiar las cosas.
Hoy no viene nadie a contarme que se fueron lejos para escapar del hambre. Soy yo la que lo cuento.
Veo la pobreza con estos ojos adultos y leo que las detenciones son cada vez más y cada vez con excusas más pueriles.
Pero sigo creyendo que es posible cambiar las cosas.
Me resisto a creer que moriré sin haber conseguido una victoria.
Una victoria para dejar a los hijos como legado magnífico.
Una cualquiera, la que sea.
Me conformo con un mundo mejor. Un mundo nuevo, por ejemplo.
Un lugar de pan, de techo y abrigo, por ejemplo.
Un lugar de paz sin renglones torcidos.
Un lugar victorioso donde puedan reír y cantar todos los niños.
No hay fronteras en mis sueños. O todos o ninguno.

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