jueves, 23 de septiembre de 2021

Alfonso Sastre


Murió Alfonso Sastre y con su muerte se hizo evidente que los hombres de paz mueren silenciosamente, que vuelan lejos de los ataúdes y del ruido mediático.

Queda la esencia de un ser humano que hasta el final se comprometió con el mundo y sus terribles injusticias.

Los intelectuales no se arriesgan a decir su nombre, sólo si al deletrearlo manchan su memoria.

Pero nosotros, los que miramos la realidad de frente y reconocemos la integridad de quien trabaja para hacernos mejores, sentimos que se fue otro hombre bueno.

Otro más que al irse apaga la luz de la libertad.

Otro más que nos deja huérfanos en este manicomio de represión e indiferencia.

Eskerrik asko, Alfonso, en tus palabras está una y otra vez la insobornable y ya eterna coherencia.

martes, 14 de septiembre de 2021

Modu


 

Modu es un amigo de mi hermana.

Hace seis meses, cuando ella salió del hospital, fuimos a visitarlo a su taller de bicicletas. Nada más verla corrió a cogerle las manos para acariciarlas como en un ritual de sanación. Sonreía con la cara y con el cuerpo, también con las palabras.

Modu es senegalés, trabaja para salir adelante y enviar dinero a su esposa y a sus hijos y quizá un día volver a casa.

Hay miles de Modus en Bilbao. Invisibles a nuestros ojos, oscuros hombres y mujeres que no encontramos ni en la sala de espera de los centros médicos, ni en los supermercados llenando los carros de comida.

No los vemos, luego no existen.

Modu vive en el barrio, no sé en cuál de las casas en ruinas, no sé debajo de qué puente, no sé cerca de qué vías de tren inutilizadas.

Sé poco de él, sólo sé que entraron en su taller y arrojaron todas las bicicletas a la ría y que Modu lloraba como lloran todos los hombres cuando ya no tienen nada, sin lágrimas.

 

El otro día vimos a Modu por la calle. Mi hermana gritó: ¡Modu, Modu!

Pero Modu no respondió. Pasó a nuestro lado y nos quedamos mirándolo alejarse. Tristes porque no reconoció a su amiga blanca, a la amiga a la que frotaba las manos para acelerar su sanación, a la amiga que sonreía desde lo más profundo, feliz de verla con vida y alegre.

Ayer de nuevo.: ¡Modu, Modu!

Pero otra vez Modu pasó de largo hablando en voz alta y agitando los brazos descontroladamente.

Loco y solo.

Yo no sé qué mundo es este. Qué tristeza de humanidad, qué mierda de sociedad hemos creado.

Demasiados Modus.

Demasiadas bestias arrojando bicicletas al agua.

Demasiadas soledades y miserias y tragedias.

Demasiada indiferencia.

Y bajo los puentes de Bilbao demasiados sueños que revientan

 

martes, 7 de septiembre de 2021

Nadie nos enseñó esperanza


                                                                      A Jorge, amigo. Anteúltimo maqui.

Yo no tuve un maestro que me diera lecciones de esperanza ni una mujer sabia que al atardecer me explicara por qué ni cuando aparece, por qué ni cuando la destruyen y asoma reinventada en cualquier parte.

No tuve una madre que me hablara de ella como se habla a las hijas de las cosas importantes, ni siquiera entre amigas la nombrábamos. ¿Estaba entre nosotras calladamente callada?, ¿Estaba entre nosotras como están los amores clandestinos, la rebeldía adolescente, la alegría de empezar a ser mayores?

Si, estaba. Crecía en cada una, crecía salvaje, sin brújula ni doctrinas, adueñándose de nosotras a su manera.

Sin darnos cuenta fuimos aprendiendo que sin ella nada sería posible.

Ni el amor ni las ideas.

Después se van sumando años, personas y países. Se van sumando libros, canciones, poesías.

Se van sumando hogares, duelos, zancadillas y ella, la esperanza, crece, se agiganta.

Nadie me enseñó ni una lección, pero creo que no hizo falta la teoría. Sí la práctica.

Porque sí, porque en la oscuridad de los pueblos oprimidos la he visto sostener infancias pese a todo.

Porque en la impunidad que atraviesa de parte a parte este país la he visto con las víctimas reclamando memoria y castigo hasta morirse.

Porque la he visto en las pupilas de niños y mayores que arrastran su miseria y sueñan, siempre sueñan.

En los hombros de quienes cargan con el peso de tanta infamia,

en los pechos de las madres que para vivir se ponen en venta,

en los trabajadores que rompen las cadenas.

La he visto en el cielo y sobre el asfalto, al repartir el pan y los abrazos, detrás de las rejas, delante de soldados sionistas, en la voz de las mujeres violadas.

Caminando o en pie, bien sujeta a las banderas.

Y no, no tengo derecho a perderla ni a despreciarla ni humillarla.

Debo mantenerla intacta, no por mí, ni por ti.

Por esa humanidad que a pesar de madrugar va descalza.