jueves, 30 de mayo de 2019

Gonzalo Queipo de Llano



El golpista Gonzalo Queipo de Llano comandó a sangre y fuego la rebelión fascista en suelo andaluz dejando, al menos, 45.566 ejecutados arrojados a 708 fosas comunes. Este criminal de guerra, con tumba en la Basílica de la Macarena, ha dejado como herencia el marquesado de Queipo y un patrimonio gestionado por sus descendientes.

Gonzalo Queipo de Llano, criminal y traidor a partes iguales.
Hombre a medias porque para ser completo se necesita pecho tibio y no sólo sangre fría.
Para ser entero, de una pieza, un hombre debe contar la pena y vivirla,
debe sentir el luto,
debe temblar de pánico a solas con su conciencia.
Pero sólo supiste reírte de las mujeres violadas que suplicaban una muerte rápida,
sólo supiste tener el gatillo fácil y la verborrea de quien es un asesino y le gusta que lo sepan,
sólo sentiste el corazón latir de prisa cuando viste que era obra tuya el sudario colosal que tejiste en toda Andalucía.
A medio parir tu raza, un chacal, una bestia.
Un apóstol de la infamia.
Qué mala suerte ser hombre y compartir contigo esa desgracia.

Miro de frente tu estirpe de vesania
y la escupo mil veces por cada crimen,
mil veces por cada cuerpo,
mil y una veces por cada infancia reventada a golpes de culata.
Maldigo tu hombría de eunuco,
tu nombre, tu puñado de huesos,
tu cruz y tu Semana Santa,

Maldigo a todos los que hoy veneran tus hazañas.
Deseo que los rezos que hacen a los pies de la Virgen que bendice tus matanzas
revienten la tumba donde yace el ser más vil que parió nunca una madre.


miércoles, 22 de mayo de 2019

Refugiados en Málaga




En enero de 1937 había en Málaga una población de más de 150.000 habitantes. Unos 50.000 refugiados  habían ido llegando a la ciudad huyendo del avance de las tropas franquistas las cuales el 16 de septiembre de 1936 habían ocupado Ronda amén de otros pueblos del interior de la provincia y del campo de Gibraltar. La ofensiva de los rebeldes no hizo más que aumentar la afluencia de refugiados. La situación llegó a ser tan acuciante que la catedral se abrió como refugio en octubre y se amontonaron en su interior de manera infrahumana centenares de refugiados. Para añadir mayor dramatismo al panorama, entre septiembre y octubre de aquel año, Málaga sufrió casi a diario ataques aéreos algunos tan mortíferos como el del 24 de octubre de 1936 que causó 50 muertos y grandes destrozos en la calle.


Como lluvia que no cesa fueron llegando
hasta inundar parques, plazas, catedrales.

Fueron llegando gota a gota,
de otros pueblos, de otros campos, de otras ciudades.
Lastimados por el hambre,
castigados por la violencia de la que es capaz el ser humano,
sentenciados a otra vida entre el exilio y los harapos.

Fueron llegando a otro cielo anochecido de cordura,
a otras bestias apuntando a los cráneos de quienes, desarmados, vivir sólo querían.
Fueron llegando como una lenta profecía del éxodo de después,
de los crímenes de después,
del llanto inacabable que después sucedería.

Fueron tantos que improvisaron su cobijo
bajo las estrellas humeantes de enero
en aquel invierno azotado por los fascistas.
.
Fueron tantos que apenas comían,
que apenas dormían porque las tripas eran insomnes,
porque los niños tiritaban febriles y azules
porque también había quien moría callando su agonía.
  
Fueron tantas orfandades errantes por las calles,
andrajosos, demacrados,
con la mirada fantasmal de quien ha conocido la barbarie
que si no los recordamos seremos cautivos de un pasado
que nos escupe y amenaza.

Porque no tuvieron descanso ni en el fondo de su abismo,
con su sobrecogedora indigencia,
con el mismo pecho atribulado
se vieron obligados a huir de nuevo.

Otra vez huyendo deprisa,
otra vez con la tumba a hombros,
otra vez los mismos cabrones detrás de sus pasos
tirando a matar a las presas más fáciles.

miércoles, 15 de mayo de 2019

Norman Bethune



La masacre de la carretera Málaga-Almería, conocida popularmente como la Desbandá, fue un ataque a civiles ocurrido en febrero de 1937, tras la entrada en Málaga de las tropas franquistas. Una multitud de refugiados que abarrotaban la carretera huyendo hacia Almería (ciudad bajo control republicano) fue atacada causando el asesinato de aproximadamente 5.000 civiles y con un éxodo, según recientes estudios actualizados, de en torno a 300.000 personas, Esta muchedumbre que huía atemorizada de la represión del criminal general Queipo de Llano estaba compuesta en su mayoría por mujeres y niños, que tuvieron que salir de la ciudad y pueblos del entorno  mientras eran bombardeados desde el aire por la aviación alemana e italiana y desde el mar por buques franquistas.
 Durante este suceso, se produjo la intervención del doctor Norman Bethune, médico canadiense que se desplazó expresamente desde Valencia hacia Málaga con su unidad de transfusión de sangre para socorrer a la población civil que estaba siendo masacrada. Durante tres días él y sus ayudantes Hazen Sise y Thomas Worsley socorrieron a los heridos y ayudaron en el traslado de refugiados hacia la capital almeriense.

"...Lo que quiero contaros es lo que yo mismo vi en esta marcha forzada, la más grande, la más horrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros tiempos…" Norman Bethune.

No te trajo a España el azar de un dios generoso.
No te trajo la compasión que ilumina por un rato los rostros violentados,
no te trajo el miedo germinando la tierra pobre.
Te trajo el deseo de curar todas las heridas, todas,
las de plomo y las de apatía.

No te trajo el pánico que se contagiaba por las ciudades cuando las campanas advertían que la muerte llegaba con su ruido atroz de motores extranjeros,
con su abdomen lleno de ira para matar a indefensos que corrían con sus hijos.
No te trajeron las voces que narraban el porvenir sitiado por el fascismo.
Te trajo a España el deseo de ser un hombre, sólo eso.
Un hombre más defendiendo a un pueblo que se alzaba descalzo ante quienes lo odiaban.
Porque ser un hombre, una mujer, en aquel tiempo exigía
mirar España y ver que aquella lucha era el preludio de cada una de las infamias que después vendrían.
Por eso viniste, Norman,
porque no podías contemplar desde lejos “la cofradía del dolor” sin inquietarte.

 Y fuiste por ciudades y trincheras, de cuerpo en cuerpo, salvando vidas.
fuiste con tu barril de sangre a rellenar arterias, a dar aliento, sin fatiga.
Fuiste rio a rio, pueblo a pueblo, combate tras combate hasta que llegaste a Almería y allí la carretera hacia Málaga te mostró que aún no conocías el horror del que son capaces las bestias en jauría.
Si supieras que hoy apenas se recuerda que aquellos días sólo tú y tus acompañantes fuisteis testigos de las pocas ganas de vivir que quedan después de ver por todos los lados crímenes de inocentes que únicamente huían
Sólo tú y tus acompañantes, con los ancianos huesudos, con las mujeres preñadas de espanto, con los niños mudos que ni llorar podían el dolor de la metralla incrustada en sus vísceras.
Si supieras Norman que hoy pocos son los que conocen lo que sucedió en la carretera de la muerte, pocos quieren desnudar la memoria hasta dejarla en los huesos.
Y andamos cada año por los mismos senderos en los que estuviste con nuestro pueblo herido y hacemos jirones con la piel del olvido porque es urgente para todos ver lo mismo que tù viste.
 Bajo el mismo cielo, recordamos en febrero que tú, Norman Bethune, quisiste salvar aquella humanidad de la ruina y no lo conseguiste.

jueves, 9 de mayo de 2019

No son los de siempre



El fascismo de pecho al descubierto está ya en el parlamento.
Muchos dicen que son los de siempre, los que estaban aguardando el momento para salir a la luz de nuevo, los viejos nostálgicos que conocieron y amaron a los matarifes, los que siempre han levantado el brazo y besado la bandera rojigualda, los que afirman contundentes que con Franco se vivía mejor.
Yo no creo esto.
Pienso que hay una nueva generación de fascistas que no identificamos. Jóvenes atados a un pasado que no conocieron pero que añoran, deseosos de un orden en la vida sin emigrantes, ni maricones, ni mujeres emancipadas.
Una generación de jóvenes con las entrañas podridas de violencia, hijos de la ignorancia más peligrosa, parias desempleados que encuentran al enemigo enfrente de sus casas.
Carne de gimnasio y esteroides, ambiciosos del consumo, gentes con las que quizá trabajamos o vamos al futbol. Mono neuronales que ven en el insulto, el desprecio y el golpe la forma más eficaz de descargar la ira que acumulan en este sistema que los machaca desde la infancia.
Estos cráneos vacíos son carne de cañón que se organiza, que se arma, que sale a la calle a cazar y que, llegado el momento, guiados por mesías asesinos, enarbolarán ideas criminales y pasarán a cuchillo a quienes les estorban.
No podemos pecar de ingenuos sosteniendo la idea de que son los de siempre.
Es una generación nueva, sin presente, ansiosos de estrenar una nueva España, ansiosos por conquistarla y someterla de una vez por todas.
Una generación que se siente arropada por Europa, por las leyes, por sus razones negras que crecen y crecen.
Estamos en peligro, vendrán a por todos, no es pesimismo de poeta.
Ya están en las instituciones, ya son un poco más dueños de la tierra que pisamos.
Otra vez la amenaza. Y nosotros silbando mientras pensamos que son los viejos de siempre.

sábado, 27 de abril de 2019

La normalidad



En estas nuevas elecciones el espectáculo no puede ser más tragicómico, más mediocre, más dirigido a la víscera.
El sentido común y la razón apenas aparecen, salvo raras excepciones triunfa la casquería.
Es lo normal en una democracia que nació ya deformada.
Es lo normal en una democracia que tiene presos políticos, no sólo los catalanes que son de ahora mismo, desde mucho antes se empeñaron en arrancar la voz a los que molestaban.
Es lo normal en una democracia que persigue la libertad de expresión y la multa o encarcela.
Es lo normal en una democracia con unas fuerzas armadas que poco o nada saben de derechos humanos.
Es lo normal en una democracia con una judicatura que se pasa por el forro la justicia y hace lo que le viene en gana. Pongamos el caso de Altsasu, Bateragune o el de La manada.
Todo es normal en esta democracia. Hasta la monarquía es normal. Hasta la intromisión en las escuelas de la iglesia. Hasta la corrupción. Hasta la impunidad de los torturadores. Hasta el empobrecimiento en caída libre de la clase obrera.
Y como todo es normal en esta democracia nos llaman a acudir el domingo con la mejor de sus sonrisas, con la mejor de sus mentiras.
Por todo esto y más comprendo el hartazgo de los que se abstienen, muchos de ellos a pie de tajo combaten contra este sistema que nos depreda, pero no participan de la farsa democrática, saben que sólo en la calle, sólo con el pueblo alzado con toda su rabia, sólo con sus puños y sus verdades erigidas como auténticas banderas se hará claudicar el imperio de la falsa democracia.
A pesar de todo yo iré a votar, introduciré mi voto en la urna y me acordaré todo el tiempo de los que nadie habla estos días porque están en el exilio en la trena.  

sábado, 6 de abril de 2019

Nuestros viejos



No puedo evitar pensar que hasta el momento no hemos conseguido ni siquiera un poquito de justicia para nuestros viejos.
Van muriendo como si nada.
Década tras década, sepultura tras sepultura. Puñados de desprecio sobre vuestra memoria.
Y caminamos por las calles, ausentes, desenfadados, rebeldes, cansados y a nuestro lado un anciano arrastra su bastón  o desea hablarnos en la cola del supermercado  o lo vemos leyendo el periódico en un parque o de la mano de sus biznietos y no detenemos el paso  para explicarles qué hicimos con sus ideas después de ser tiroteadas, qué fue de su lucha al hacerla nuestra  o por qué  aún no conocemos una democracia de veras.
Es triste saber que se mueren sin abrazar la bandera por la que perdieron la libertad y la vida.
Nuestro presente es otra condena en el umbral de su agonía.

Tanta política del escarmiento.
Tanta cabeza rapada, tanto paredón y  delaciones.
Tanto exilio y cárcel y cruz.
Tanta muerte desabrochada.
Tanto daño a un pueblo que amaneció soñando y se acostó envuelto en un sudario para comprobar que hoy hemos traicionado su legado.

Y van muriendo gota a gota.
Y  siempre son nuestras las derrotas.
Los fascistas ganan por las balas o por las urnas
y nuestros viejos se mueren
nombre a nombre.
Sin una sola victoria.



jueves, 28 de marzo de 2019

Ojos en la nuca



Es imprescindible, como decía el poeta Juan Gelman, tener ojos en la nuca.
Unos ojos que vigilen el pasado, que permanezcan siempre en guardia ante quienes quieren cerrarlos a la fuerza. Que estén eternamente insomnes, en vigilia permanente.
Sin ellos no somos nada, apenas piedras que caminan.
Porque el dolor no desaparece. Pasa de mano en mano, de casa en casa, generación tras generación y no se alivia con los años.
El dolor, la herida colosal de la injusticia supura por las pústulas de las víctimas, de los hijos de los hijos, siglo a siglo.
Por eso el olvido es una falacia. Nadie olvida, nadie perdona a los asesinos, nadie desea pasar página a una historia que fue genocidio, que nos duele aquí mismo.
Por eso mi poesía está clavada en ese tiempo, porque no sirve de nada escribir sobre el ahora si la impunidad viene desde entonces azotándonos con su látigo y desde entonces avanzamos con la piel en carne viva.
Por eso la poesía, al menos la mía que sueña con ser también semilla en esta tierra yerma, usa la palabra para desescombrar junto a otros la memoria y poder así, poner nombre y apellidos a la infamia.
Porque vivimos un presente atenazado por los que heredaron el yugo y las cadenas.
Porque estamos de nuevo en peligro.
Porque el mundo saca brillo a las cruces gamadas y España orea la bandera con el águila negra, canta “Cara al sol” y nos muestra desafiante la ideología de esos cráneos impunes y deformados.
Y nosotros, el pueblo, los hambreados y explotados, debemos recordar cada segundo y en cada aliento lo que hicieron y lo que serían capaces de hacer ahora.
Mis poemas por eso se quedan quietos en aquella patria desolada, porque es ahí donde podemos comprender la dimensión de la amenaza.
Es ahí donde deben crecer mis poemas, donde debemos limpiar con dignidad la verdad que fue sólo una y está enterrada en las fosas comunes.
Es ahí donde la Poesía puede ser útil, al lado de los que arañan la tierra, al lado de los que exigen reparación, al lado de los que recuerdan.
Al lado de los que buscan esos huesos que fueron seres humanos
Mi poesía, no puede cruzarse de brazos mientras haya bestias acechando en cada esquina. Son las mismas bestias de antaño, la misma sed, el mismo odio, sólo cambia su vestimenta.
Hoy debo más que nunca mirar con los ojos de la nuca y seguir caminando hacia un amanecer sin fascismo.
En mis poemas y en la vida.
Con este corazón que no claudica.