jueves, 30 de abril de 2020

A duras penas



Los más optimistas afirman que es tiempo de revolución, que pronto será el momento de recuperar el terreno que fuimos perdiendo o mejor, de conquistar esos espacios que nunca tuvimos.
Lo cierto es que yo creo que todo el tiempo es tiempo de revolución. Todo el tiempo debemos estar vigilantes para aprovechar la brecha, cualquier brecha. Pero somos muy pocos.
Un puñado de personas, quizá un montón si lo alargamos.
Más allá de los aplausos de las ocho, más allá de las caceroladas contra la monarquía, más allá de los perfiles de Facebook celebrando el orgullo de clase, más allá de estos gestos emotivos, bienintencionados, reivindicativos y también necesarios estamos muy solos.
Seamos realistas.
Vivimos atomizados.
La trabajadora de la limpieza no siente que está en el mismo bando que un funcionario.
El migrante que recoge fresas en Huelva, no se siente identificado con los reclamos de un tendero que vende camisas fabricadas con mano esclava,
Un desempleado de larga duración mira con escepticismo el puño levantado de los que trabajan en precario,
Los asalariados de las ETT rumian su desgracia frente a los que por igual esfuerzo tienen doble sueldo,
Los repartidores pedalean su precariedad mientras nosotros en casa ayudamos a explotarlos y así, cada uno de nosotros día a día espantamos esta revolución que podría darse.
Cada cual en su compartimento, bien aislado, no interioriza que nos atraviesa la misma explotación y el mismo saqueo de lo humano.
Estamos demasiado ciegos.
La ceguera nos impide reconocer que al borde de la vida largas filas de hombres y de mujeres a duras penas sobreviven a la esclavitud y a duras penas nos miran.

No hay comentarios:

Publicar un comentario