viernes, 13 de abril de 2018

14 abril 2019



Eran pobres y analfabetos en aquella España arrodillada ante dios, el tricornio y la corona.
Quisieron ser enemigos del hambre y los andrajos, quisieron la tierra pa ellos, los libros pa sus niños, un porvenir sin bolsillos vacíos, sin cruces y sin látigos.
Eso querían: vivir de sus costillas.
Se pusieron manos a la obra, dejaron a un lado el miedo y quitaron el polvo a su dignidad para mostrarla desafiante.
El optimismo de los pueblos siempre fue sospechoso y caminar sin pedir permiso era el peor de los desafíos.
Entonces, en aquella España, era una insolencia querer pan y trabajo.
Y fueron a por ellos.
Clavaron sus colmillos podridos en aquel pueblo miserable y los ríos de sangre fueron mares.
Y los cuerpos pasados a cuchillo se multiplicaron y por manadas huían de aquel infierno preñado de barbarie.
Crucificado, el pueblo, apenas resistía.
Y lloraban a escondidas mientras limpiaban sus fusiles oxidados para defenderse de los cerdos que no se compadecían ni de las mujeres embarazadas que rogaban por sus hijos.
Y perdieron la esperanza.
Fueron vencidos.
Hoy apenas quedan algunos hombres y mujeres vivos de aquel tiempo sangriento.
Hoy, esos pocos aún vivos, quizá piensen que fue en vano su martirio. Que no hemos sabido, maldita sea, recoger el testigo y que aún seguimos con la corona en la frente, el tricornio amenazante y dios en todas partes.
Yo pido perdón a esos viejos que malmueren sin estrenar su sueño firme.
Les pido perdón por haber dejado nuestro destino en manos de los mismos que los condenaron a vivir a escondidas.
Les pido perdón porque los piojos y las caries hoy también se reproducen.
Porque lo campesinos aún mendigan el salario, errantes por los campos. Náufragos.
Porque aún hoy somos esclavos de la industria y nos revientan con suicidios.
Porque aún hoy morimos de frío.
Os pido perdón viejos.
Fuisteis semilla en una España que prefirió el invierno a las primaveras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario