Al fin y al cabo, mi feminismo no sólo es de género también
de clase. Soy una “rara avis” en estos tiempos que vivimos.
Me cuesta seguir el paso a los acrónimos que vienen de lejos,
las pancartas que se exhiben no las entiendo y comprendo que en la palabra “mujer”
hay muchos siglos de opresión y un solo enemigo.
Viajo por las ideas y los movimientos sociales, por todas
las clases de activismo y al final, cuando regreso, encuentro que estoy
invisible y tenazmente unida a esas mujeres que ayer y hoy dan la vida por un
mundo donde quepamos todas; las más emputecidas, las más empobrecidas.
Para mí es sencillo.
No quiero mujeres vendiendo sus úteros como si fueran
incubadoras.
No quiero la esclavitud de las maquilas.
No quiero una sociedad donde los puteros paguen IVA.
No quiero reducir la palabra “mujer” a uñas pintadas, senos
turgentes, tacones al alza.
No quiero refugiadas climáticas violadas una y mil veces antes
de llegar al “paraíso”
No quiero partos clandestinos, ni crucifijos clavados en
nuestras vaginas.
No quiero este genocidio.
La mujer es más pobre que los pobres.
La mujer es más misera que los más miserables.
Todo el sufrimiento de ellas es el mío.
Por vosotras, mi poesía.
Mis versos, compañeras, os acompañarán; a las perseguidas
en el Amazonas, a las sindicalistas de México, a las kellys, a las jornaleras
de la fresa, a todas las explotadas que de cualquier forma plantáis cara a este
sistema criminal que nos depreda.
Porque estoy atada a vuestro mástil, no escucho los cantos
de sirena.
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