A esta hora se multiplican los nigromantes.
Asoman en las pantallas de televisión, en la prensa
escrita, en las redes y en los libros con su aire de sabelotodo para
convencernos de que ellos ven el porvenir en el poso de sus cafés y por eso saben
que nada se puede hacer, que el mundo es así, que siempre hubo explotadores y
explotados y lo mejor es prepararse para minimizar los daños.
Y se quedan tan panchos. Creen que vivimos en el mejor de
los sistemas posibles. No imaginan que un paso más allá estamos nosotros
preguntándonos por qué a las democracias se les llenan las tripas de cadáveres.
A estos nigromantes bien amaestrados en las universidades
yo les diría que el porvenir que ellos pregonan viene ya degollado, que todo es
un engaño porque detrás de las urnas, en la sombras o bien iluminados, los que
lo tienen todo se reparten los despojos de lo que va quedando: tierra, aire,
agua, materias primas, esclavos.
Y a estos nigromantes de manos y trajes finos, de locuaces
oratorias, de púlpitos, estrados, de platós y editoriales les digo que nunca
antes se llenó el aire con tantas mentiras. Que nunca antes hubo tantos mercenarios
de las ideas en pie de guerra para inocularnos mansedumbre e impotencia.
Su oficio es convencernos de que las cadenas son mejores
que las cuerdas.
Que mejor encadenados que ahorcados.
Que mejor aceptar esto que perderlo todo rebelándonos.
Y qué quieren que les diga, es urgente poner en evidencia que
nos venden el Bálsamo de Fierabrás de la democracia sabiendo que de nada sirve.
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