ARTICULOS ANTIGUOS DE SILVIA DELGADO

jueves, 30 de abril de 2020

A duras penas



Los más optimistas afirman que es tiempo de revolución, que pronto será el momento de recuperar el terreno que fuimos perdiendo o mejor, de conquistar esos espacios que nunca tuvimos.
Lo cierto es que yo creo que todo el tiempo es tiempo de revolución. Todo el tiempo debemos estar vigilantes para aprovechar la brecha, cualquier brecha. Pero somos muy pocos.
Un puñado de personas, quizá un montón si lo alargamos.
Más allá de los aplausos de las ocho, más allá de las caceroladas contra la monarquía, más allá de los perfiles de Facebook celebrando el orgullo de clase, más allá de estos gestos emotivos, bienintencionados, reivindicativos y también necesarios estamos muy solos.
Seamos realistas.
Vivimos atomizados.
La trabajadora de la limpieza no siente que está en el mismo bando que un funcionario.
El migrante que recoge fresas en Huelva, no se siente identificado con los reclamos de un tendero que vende camisas fabricadas con mano esclava,
Un desempleado de larga duración mira con escepticismo el puño levantado de los que trabajan en precario,
Los asalariados de las ETT rumian su desgracia frente a los que por igual esfuerzo tienen doble sueldo,
Los repartidores pedalean su precariedad mientras nosotros en casa ayudamos a explotarlos y así, cada uno de nosotros día a día espantamos esta revolución que podría darse.
Cada cual en su compartimento, bien aislado, no interioriza que nos atraviesa la misma explotación y el mismo saqueo de lo humano.
Estamos demasiado ciegos.
La ceguera nos impide reconocer que al borde de la vida largas filas de hombres y de mujeres a duras penas sobreviven a la esclavitud y a duras penas nos miran.

lunes, 27 de abril de 2020

Los jornaleros



Ustedes perdonen pero no sé nada de virus, epidemias, retrovirales, ni vacunas.
No sé como se maneja una crisis humanitaria de estas dimensiones.
No sé si este virus fue creado en un laboratorio estadounidense o chino o en España. Quizá lo trajimos de alguno de nuestros exóticos viajes por esos paraísos lejanos.
En fin. No sé nada. No sé si tenemos esta enfermedad por habernos comido un murciélago, un pangolín con arroz o un dinosaurio descongelado.
Lo que sí sé es que llevamos semanas encerrados en casa mientras trabajadores van y vienen a cara descubierta.
Y no hablo de los sanitarios, ese es otro tema.
Hablo de los campesinos, de los migrantes hacinados, de los que ven pasar las horas recolectando como esclavos. De los que tienen hambre y sed y son perseguidos y golpeados en las calles.
De los que son ninguneados, chantajeados, insultados.
Ahora mismo ellos son los que nos están alimentando.
Por un salario de mierda.
Este mundo nuestro, primer mundo dicen algunos, llena sus despensas gracias a que la desesperación obliga a aceptar toda clase de peligros y humillaciones  
Yo no quiero para ellos aplausos. Quiero simplemente que se les devuelvan los derechos arrancados el día que sobrevivieron al naufragio.
Quiero eso, que desaparezcan sus látigos.
No aplaudiré por ellos, prefiero exigir justicia y no lavarme después del confinamiento las manos.





viernes, 17 de abril de 2020

Son los nuestros



Son los nuestros los que se están muriendo. 
Los nuestros, no los de ellos.
Son nuestros viejos muriendo solos. Sin aire. Sin una mano. Sin una palabra que les arranque el miedo a ir a ninguna parte.
Son los nuestros amontonados en morgues improvisadas, amontonados en camiones que los llevan a fosas inmensas cavadas por presos que también son de los nuestros.
Son los nuestros pasando hambre, colgando trapos rojos para pedir socorro y que alguien sepa que intramuros no hay nada con lo que calmar el llanto del niño pobre.
Son los nuestros buscando ataúdes de cartón, tosiendo a escondidas, contando los días que llevan sin comida.
Los nuestros, los emputecidos, los silenciosos pueblos oprimidos.
Los que caen de las estadísticas y no valen sus muertes y no vale su vida.
Hoy el mundo es una cifra que nos invisibiliza.
Hoy el mundo dice ¡ay!. Lo grita.
Yo digo ¡ay! Los nuestros. Siempre los nuestros.
¡Carne de cañón sin aire hasta morirse!