Todos los meses con sus días y sus horas interminables hay
mujeres que no celebran nada. No tienen nada por lo que brindar, no tienen pan,
ni apenas vida.
Existen invisibles caminando por los desiertos con sus
hijos famélicos, existen invisibles en rincones mugrientos donde fabrican orgasmos
y lloran calladas.
Existen pobres y golpeadas, pobres y parturientas, pobres y
sudorosas en el campo que las envenena.
Existen en pateras a la deriva.
Existen en países donde el imperialismo llegó para arrasar sus
hogares y convertirlas en figuras errantes que nadie mira.
Existen millones de mujeres huérfanas de humanidad que sólo
conocen la barbarie de estos tiempos de guerra, de estos tiempos criminales para
los que la vida no vale nada y la vida de las mujeres vale la mitad de la mitad
de nada.
Existen miserables, esclavas, enfermas, olvidadas.
Existen tapadas, lapidadas, obligadas a ser solaz de hombres
con armas.
Existen por su vulva generosa, por ser incubadoras, porque sólo
ellas pueden amamantar a los que nacen para perpetuar la violencia.
Existen ellas, tan solas, tan abandonadas. Negras,
indígenas, mestizas, mulatas, asiáticas, gitanas…
Tan heridas, tan invisibles.
Existen.
Existen sin saber siquiera que celebramos un día que es de
todas, sin intuir que nos solidarizamos con sus jornadas extenuantes, con el
mercadeo de sus cuerpos, con la violencia que las atraviesa, con los salarios
de hambrunas, con sus cielos llenos de batallas.
Existen de espaldas a nuestras teorías feministas, a
nuestras pancartas occidentales, a nuestros derechos conquistados. Existen sin
ser rubias, sin enseñar las tetas, ni desafiar a los dioses en las iglesias.
Existen millones de mujeres respirando en sepulturas.
Vidas que sostienen este imperio de podredumbre y mercadeo,
vidas que mueren para que se consoliden democracias donde mandan falos
inservibles.
Anochece en este siglo. Nosotras mañana no veremos que es la
estrella del socialismo la que puede alumbrarnos hasta que amanezca en serio.