Es imprescindible, como decía el poeta Juan Gelman, tener
ojos en la nuca.
Unos ojos que vigilen el pasado, que permanezcan siempre en
guardia ante quienes quieren cerrarlos a la fuerza. Que estén eternamente
insomnes, en vigilia permanente.
Sin ellos no somos nada, apenas piedras que caminan.
Porque el dolor no desaparece. Pasa de mano en mano, de
casa en casa, generación tras generación y no se alivia con los años.
El dolor, la herida colosal de la injusticia supura por las
pústulas de las víctimas, de los hijos de los hijos, siglo a siglo.
Por eso el olvido es una falacia. Nadie olvida, nadie
perdona a los asesinos, nadie desea pasar página a una historia que fue
genocidio, que nos duele aquí mismo.
Por eso mi poesía está clavada en ese tiempo, porque no
sirve de nada escribir sobre el ahora si la impunidad viene desde entonces
azotándonos con su látigo y desde entonces avanzamos con la piel en carne viva.
Por eso la poesía, al menos la mía que sueña con ser
también semilla en esta tierra yerma, usa la palabra para desescombrar junto a
otros la memoria y poder así, poner nombre y apellidos a la infamia.
Porque vivimos un presente atenazado por los que heredaron
el yugo y las cadenas.
Porque estamos de nuevo en peligro.
Porque el mundo saca brillo a las cruces gamadas y España
orea la bandera con el águila negra, canta “Cara al sol” y nos muestra
desafiante la ideología de esos cráneos impunes y deformados.
Y nosotros, el pueblo, los hambreados y explotados, debemos
recordar cada segundo y en cada aliento lo que hicieron y lo que serían
capaces de hacer ahora.
Mis poemas por eso se quedan quietos en aquella patria
desolada, porque es ahí donde podemos comprender la dimensión de la amenaza.
Es ahí donde deben crecer mis poemas, donde debemos limpiar
con dignidad la verdad que fue sólo una y está enterrada en las fosas comunes.
Es ahí donde la Poesía puede ser útil, al lado de los que
arañan la tierra, al lado de los que exigen reparación, al lado de los que
recuerdan.
Al lado de los que buscan esos huesos que fueron seres
humanos
Mi poesía, no puede cruzarse de brazos mientras haya
bestias acechando en cada esquina. Son las mismas bestias de antaño, la misma
sed, el mismo odio, sólo cambia su vestimenta.
Hoy debo más que nunca mirar con los ojos de la nuca y
seguir caminando hacia un amanecer sin fascismo.
En mis poemas y en la vida.
Con este corazón que no claudica.