ARTICULOS ANTIGUOS DE SILVIA DELGADO
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miércoles, 30 de diciembre de 2015
jueves, 24 de diciembre de 2015
Las huellas
Con frecuencia me pregunto cómo sería el ser humano si no hubiera
violencia.
Si no tuviésemos presente el temor al golpe o a la patada. Si no conociéramos el
horror del hambre o de la cárcel.
Si no creyéramos como algo posible vivir la incertidumbre de un exilio o de una
frontera cerrada a cal y canto.
Si el palimpsesto
con que el que venimos a la vida, con el que recorremos escuelas, trabajos, calles,
rebeldías, hubiera desparecido para siempre.
No puedo creer que la humanidad no sepa vivir en paz, no
me puedo creer que los hombres y las mujeres acepten el sable como inevitable,
que sea inevitable la bofetada, el insulto, el grito, la masacre.
No puedo creer que aceptemos como irremediable la
injusticia impuesta sobre millones de seres.
Por esto me pregunto, ¿cómo será de hermoso y apacible el
hombre en paz enteramente?, ¿cómo será esa mujer que no conoce ni a dioses de
barro ni a esclavos?
¿Cómo serán sus
miradas, sus horizontes, su piel estremecida a ratos por la lluvia, a ratos por
la risa de un niño que es mecido hasta dormirse?
¿Como será ese asombro de vivir sencillos, sin el peso del
miedo que lacera?
¿Cómo será vivir con la historia mirándose en el espejo sin
ojos que la deformen, sin lápices que la escriban y la atrofien?
Me pregunto estas cosas de poeta, ahora que las preguntas
escasean porque no encuentro un bálsamo
que consuele esta visión monstruosa de lo humano. No es fácil creer cuando
alrededor el desasosiego se clava en cada casa con cada violencia repetida.
Es cierto que aisladamente, como archipiélagos colosales, conocemos seres humanos en toda su grandeza,
los vemos diariamente inmensos, generosos y desafiantes batirse en duelo en las
calles, los vemos a la intemperie señalando el dolor de vivir triste y desahuciado, los vemos en remotos
países y aquí al lado, apuntalando la existencia de quien lo ha perdido todo.
Soy capaz de reconocerlos desde lejos, auténticos y libres. Ojalá se multiplicaran millones de veces, y lo extraño, entonces
fuera ver desenvainar el rifle, golpear
con saña, explotar niños, fabricar guerras.
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Deseo vivir en un
lugar donde hablar de paz no sea extraordinario, donde la violencia sea
acorralada aunque lleve máscaras.
Cuando pienso en mi propia vida, lo hago con la
curiosidad del restaurador de muebles. Reconozco la carcoma, los barnices que
mano sobre mano se han ido agarrando a la piel, veo las cerraduras oxidadas, el
olor intenso del paso del tiempo.
Como si esta vida mía fuera representativa de una época o
de una sociedad repaso las personas que estuvieron a bordo de mi misma, los lugares por los que caminé, cada una de
las contingencias con las que he debido enfrentarme y en todas encuentro un
nexo común, aprendido como inevitable, interiorizado como inexcusable: la
violencia.
Primero la violencia en la casa, después en la escuela, después en la adolescencia con las detenciones, la represión en las calles, los asesinados con cal o con picana, después los trabajos, explotada, humillada, después o al mismo tiempo las relaciones personales a veces tortuosas o toxicas, después lo viajes por otras patrias. La violencia està tan presente en nuestras vidas que casi no la percibimos, nos hemos aclimatado en ese territorio hostil y subsistimos a duras penas, a veces alegres.
Primero la violencia en la casa, después en la escuela, después en la adolescencia con las detenciones, la represión en las calles, los asesinados con cal o con picana, después los trabajos, explotada, humillada, después o al mismo tiempo las relaciones personales a veces tortuosas o toxicas, después lo viajes por otras patrias. La violencia està tan presente en nuestras vidas que casi no la percibimos, nos hemos aclimatado en ese territorio hostil y subsistimos a duras penas, a veces alegres.
Soy ingenua, lo sé, no quiero morirme sin conocer la paz entera.
Quisiera andar los caminos con todas mis preguntas y
también con algunas respuestas.
Quiero mirar al hombre, al niño, a la mujer y comprobar que en su piel no hay marcas, que
en su mirada no hay marcas, que en sus ideas no hay marcas, que en sus
corazones no hay marcas, de violencia, de impotencia, de rabia.
En fin, moriré, qué duda cabe, quizá de muerte natural,
pero esto es poco probable.
Moriré y eso será
todo.
Quizá antes de morirme, quien recoja mi cuerpo o cierre
estos ojos o me agarre la mano, sea libre y pacífico y sepa hablarme al oído
como si estuviéramos solos y nunca, nunca, el odio hubiera sido parido.
Sopelana, 24 diciembre, 2015
Sopelana, 24 diciembre, 2015
miércoles, 9 de diciembre de 2015
Manifiesto en soledad
No puedo escribir
a espaldas de la vida, como si este oficio fuera ocultar distraídamente los ríos de sangre, los
manantiales de sueños, las memorias sepultadas, los ejércitos de paz que
pisotean crimen tras crimen.
En estos tiempos de muertes evitables urge declararse en
rebeldía. Urge desenvainar la
palabra para clavarla en la yugular de
la barbarie. No es bastante con lamentarnos del mundo en el que vivimos, debemos
tomar partido y disparar ráfagas de protesta contra todas las formas de
indiferencia.
No soy una poeta pesimista ni apocalíptica soy capaz de reír
y de cantar. Aun puedo contar estrellas y caminar sin ritmo ni destino por los
sueños o por los libros.
Pero ser estúpidamente optimista no me impide ver el futuro
como un lugar uniforme, con menos aire y menos semillas, con menos lenguas, más
látigos y más depredadores.
El mundo que seguramente viene pariéndose desde que el
capitalismo se hizo dueño y señor de casi toda la tierra es un lugar en
penumbra con la sola luz de las monedas, donde nada vale o todo tiene un
precio, desde el tiempo hasta los partos, desde los úteros hasta los sudarios,
desde los frutos hasta los panes y los peces.
Todo tiene un precio ahora mismo y todo tendrá su valor
en el mañana.
Cada cuatro años
elegimos quienes podrán distribuir nuestras pobrezas. Las urnas son la excusa para legitimar la
violencia.
Las guerras que se
inventan son los salvoconductos de los
codiciosos para ordeñar las patrias
ajenas hasta dejarlas resecas.
En Argentina, en Grecia, en Siria, en el Estado español.
En África, en Asia, da igual.
El imperio de la codicia triunfa y no importan las
muertes ni los bombardeos, no importan los desiertos que crecen, ni los
diluvios, ni los bosques que desparecen.
Mueren los pájaros y los nómadas.
Mueren los mares y la lluvia y los glaciares.
Y el suelo se mueve y se mueven los pueblos
desesperadamente.
Y todos reconocemos la farsa de las democracias pero aún así,
esperamos que con nuestro voto los siguientes años, cambiarán las cosas:
abrirán las cárceles, se congelarán las bombas, se multiplicaran las casas.
Decidimos ignorar que no somos libres, que andamos vigilados,
que peligran las voces, que vivimos hermanados con todos los pueblos porque a
todos nos crucifican con los mismos métodos, con las mismas mentiras, con los
mismos espejismos.
Mansos hijos de la barbarie.
Y comprendo el optimismo que impera hoy día. Es necesario,
a veces, convencerse de que será posible, con el mínimo esfuerzo, torcer el
tobillo al destino amargo y letal del capitalismo.
No cambiará nada con los votos. Nada.
Es parte del juego, de la trampa, dejarnos votar,
hacernos responsables.
Pero no saldremos de las arenas movedizas si para salir
de ellas creemos que las opciones políticas tirarán de nuestros brazos hasta salvarnos.
Ni en EH, ni en Chile, ni en Irlanda, Ni en Túnez.
Las elecciones son maniobras de distracción donde,
mientras vivimos la ilusión de cambiarlo todo, las oligarquías continúan con su
delirante expolio.
Y nada les importa. Nada.
Nada temen.
Lo quieren todo: los brazos, los bosques, las banderas.
Pagan con sangre ajena.
Por todo esto yo no creo en la libertad de las democracias
que padecemos. No creo que las elecciones sean transparentes, sin mácula.
Los medios de comunicación, las encuestas, los debates
televisados se encargan de dirigir lo pensamientos, de acomodarlos pa que todo
sea màs de lo mismo.
Y si aún así los resultados
no convencen, pues se ilegalizan partidos o se encarcela a los que desafían
esta gran farsa. La banca siempre gana.
Por esto me planto.
Aquí me quedo,
nos vemos en las calles
entre el verso y el pan
entre el pan y la tierra,
entre la tierra y la vida.
No cuenten conmigo,
para ir a las
urnas.
No cuenten conmigo para pagar a escote
a tanto ladrón del cielo,
del suelo
de la paz
y de las patrias.
Sopela,
9 de diciembre 2015